FAMILIA POLÍTICA

El Gobernador y Yo: José Luis Suárez Molina

Siempre bajo la protección del Licenciado Rojo Lugo, logró en ese tiempo la suplencia de Guillermo Rossell de la Lama, en el Senado de la República. Suárez Molina prácticamente no existía para las nuevas generaciones de políticos hidalguenses; era historia, cartucho quemado… Sin embargo, al darse el interinato del flamante mandatario, quien se integró al gabinete presidencial, como el Ave Fénix, el maduro militar y abogado, con toda su carrera a cuestas, resurgió de sus cenizas y alcanzó la gubernatura que su gran amigo dejaba vacante. 

Suárez Molina, expresidente del CDE del PRI, Diputado Federal en varias ocasiones, Delegado General de su Instituto Político en algunos estados de la República y recién visto en toda la entidad gracias a la campaña, en fórmula con el Arq. Rossell. El caso de este personaje refuerza mi tesis, en el sentido de que el ejercicio eficaz del poder se rige fatalmente por los tiempos; cuando una oportunidad llega antes o después, lo más probable es que al protagonista en este escenario, se le revierta el triunfo. (No sé por qué, ante esta circunstancia, revive en mi memoria la anécdota del viejo a quien le encantaba perseguir muchachas y el día que alcanzó a una, ya no se acordó para qué).

Mi trato con el Gobernador Interino fue efímero y distante en lo personal, aunque en lo institucional algunos de sus actos tuvieron repercusión en mi vida cotidiana. Recuerdo con especial nitidez, cuando aceptó la invitación para asistir a una ceremonia de aniversario del CECyT no. 276 en Actopan, del cual yo era responsable. 

La Dirección General de Educación Tecnológica Industrial, autoridad escolar en toda la República, envió a su magnífico ballet folklórico a brindar apoyo a un nuevo plantel de ese gran sistema nacional. La calidad del grupo artístico, la fuerza de los discursos, tanto del representante estudiantil como el mío, motivaron a nuestro invitado, quien pronunció vigorosa arenga ante alumnos, maestros y padres de familia. De manera espontánea, regaló un tractor para rifarlo y obtener fondos. 

Como orador, Suárez Molina era elocuente y parecía sincero, logró un acceso afortunado en la consideración de los asistentes. Para mí tuvo palabras de reconocimiento por la conducción de la naciente escuela. Debo decir que el tractor se rifó y los recursos alcanzaron altruistas objetivos.

Hay quienes dicen que el poder transforma a los hombres; otros, que no hay tal transformación, sino simple retiro de máscaras. Como El Gesticulador, de Usigli, por interés, egolatría, megalomanía o cualquiera de esos antivalores, algunos actores hacen de la careta su segunda piel. 

Ante los ojos de quienes conocían la añeja relación de amistad que se confirmaba en la cesión y recepción del poder, resultaba inconcebible que el principal beneficiario de pronto se volcara contra su benefactor. 

Todas las consecutivas licencias que el Congreso del Estado otorgaba al Gobernador, dentro de la Constitución, se agotaban. Lo anterior (y tal vez la perversa vocecilla de un diablillo manipulador) hicieron creer al Interino que pronto dejaría tal calidad, para asumir la de Sustituto. Las injurias verbales, los retos de quien se sabe seguro en una trinchera, en contra de quien es jerárquica y éticamente, su superior; los ataques infames a la Señora de Rojo Lugo… eran serios nubarrones: presagios de tormenta política en el suelo hidalguense.

En la última etapa de este periodo, se gestó un acontecimiento singular que marcaría mi vida profesional de manera definitiva. Suárez Molina decidió cambiar a su Secretario General de Gobierno, para colocar en tan importante responsabilidad a una persona de todas sus confianzas; tal distinción recayó en el Lic. Conrado Carpio Zúñiga: Notario Público no. 1 en el Distrito Judicial de Actopan, originario de Tianguistengo, decano catedrático en la UAEH, en donde tuve el privilegio de ser su alumno, para después, gozar de su amistad. 

El hombre más cercano a sus afectos era su ahijado, Jaime Galindo Moreno, a quien, después de recibir la oficina del segundo piso, nombró su Secretario Particular. El dilema para el Maestro Carpio, residió entonces en una difícil decisión ¿Quién se quedaría en su Notaría, como adscrito? Varios nombres sonaron, pero finalmente la decisión recayó en mí. Ni política, ni administrativamente, reñía el ejercicio notarial con la actividad docente, así es que podría combinar sin problemas la nueva responsabilidad, con la Dirección del CECyT. Así fue durante corto tiempo.

Como ya se ha dicho, a estas alturas, el Lic. Rojo Lugo se enfrentaba ante la disyuntiva tajante de dejar definitivamente el Gobierno del Estado, o reintegrarse a esa responsabilidad, para la cual fue electo. Esta gran decisión dejaría acéfala la Secretaría de la Reforma Agraria y prácticamente terminaba con las aspiraciones del Jefe Rojo, para ser candidato a la Presidencia de la República.

En vísperas de la decisión, vía Venancio Contreras Plata, invité al todavía Secretario del Gabinete federal, para apadrinar a la primera generación de técnicos profesionales que egresaban del CECyT. Se preparó un programa de lujo: tendríamos en Actopan, ni más ni menos que al Grupo Coral Mexicano que, en el Instituto Nacional de Bellas Artes, dirigía el Maestro hidalguense, Don Ramón Noble. Para tal efecto montamos un imponente escenario en la capilla abierta, con luces indirectas y otras monerías. La empresa presentaba serios retos: se prohibía poner clavos y/o pegamento en los muros del histórico recinto, protegido celosamente por el INAH.

Rojo Lugo llegó tarde, venía preocupado: la Secretaría de la Reforma Agraria era fuente constante de conflictos en toda la República pero, la decoración del escenario con su nombre al centro (era también el nombre de la Generación); las impresionantes voces del Coral Mexicano; el piano de Ramón Noble; los discursos estudiantiles… lograron que el Señor Secretario estuviera muy a gusto en la naciente comunidad, la cual surgía bajo su poderoso patrocinio.

En los días siguientes la decisión se daba, el Gobernador presentaba su regreso ante el Congreso; el Interino saldría con su equipo, lo cual afectaba a mi amigo Jaime Galindo, en la Secretaría Particular y, a mí, en la Notaría.

A su regreso, el gran ausente llegaba sin rencores, pero su equipo lo hacía con las espadas desenvainadas. Carpio se reintegró a su notaría, Jaime Galindo a su despacho y yo continué con mis actividades docentes.

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