El bastón
No necesito poner tu nombre para que sepas que hoy no escribí para mí…
Un día me cansé de todo y mi cuerpo se quebró, mis huesos se hicieron polvo y mi carne desapareció seducida por el viento, poco a poco veía como la nube de polillas se alejaba de mí ser y quedaba tumbado en el piso con esperanza de poder renovarme, de hidratarme de buenos recuerdos y comenzar a brotar con carne de nuevos aprendizajes.
La carga se hizo pesada y no se pudo llevar. Cuando esto sucede, por lo general se rompe y deja de servir, mi carne fue elástica y aunque no se rompió al inicio comenzó a doblarse, la mochila que cargué desde muy pequeño comenzó a transformarse en una maleta que los demás comenzaron a llenar, pronto fui el basureo emocional de lo que los demás no podían cargar, y así me vi, sembrado en los campos de trigo, distribuido como plaga en Egipto.
A veces nos toca ser el fango dónde la semilla del loto habrá de germinar, el lugar del que tomará todas las fuerzas para salir y explotar en una hermosa flor que jamás podrá regresar, una flor que otros habrán de disfrutar. A veces nos toca ser el escalón que se desprecia pero por el cuál jamás podremos dar vuelta atrás.
Heme aquí vencido por las maletas, tirándolas en forma de carne y polvo de huesos, mojando el viento con las gotas de rocío sabor hierro, buscando el renacimiento. Dejando todo atrás. Esperando poder rescatar los mejores recuerdos, ya no soy el mismo, ¡Mírame! No es la intensidad la que me mueve, no es esto un reclamo de lo que no se hizo, es simplemente la maraña de estrellas que no pudimos apagar, el cúmulo de sueños que no logramos alcanzar.
Aquél día me cansé de todo y mi cuerpo se quebró, cuando esto sucede, por lo general se rompe y deja de servir. A veces… a veces, nos toca ser el fango dónde la semilla germina y otras somos la flor que crece en el fango convertida en loto.