Letras y Memorias

Día normal, día anormal

Reviso mi pulgar diestro: aún está la mancha que el 18 de octubre dejó. La mancha que significa que ya nada en este mundo puede ser lo que era, o lo que pudo haber sido. Veo esa mancha y pienso en el camino serpenteado que tuvimos que recorrer hasta llegar al punto en que, tras meses de encierro, nos vimos de nuevo en aquella fortaleza de amarillas paredes.

La mancha está en mi dedo y el recuerdo de unas buenas carcajadas sigue haciendo eco en el castillo terrenal, alcanzando lo celestial. Meses de silencio se callaron con el ruido, con el barullo de una redacción llena y el crujir de los huesos poco aceitados que, de arriba para abajo, pasaban reportes, rearmaban la historia y escribían realidades alternas.

En medio de la anormalidad de esta Nueva Normalidad, sentí que al menos por un día, pudimos ser lo que solíamos. pudimos sonreirnos y desvelarnos en dulce compañía, alimentados hasta reventar y con la nube del humo del cigarrillo sobre nuestras cabezas y reconfortando los pulmones.

Día anormal fue el domingo. No salimos todos a elegir quién habrá de hacer de las suyas con el poder, apenas un puñado menor a la mitad pero, con todo y ese hartazgo del encierro y las latentes ansias de libertad, las calles cercanas al tiempo se abarrotaron y los partidos festejaron un triunfo nublado por el virus que ya nos arrebató a unos cuantos miles, y que un día es letal y al otro nos olvidamos de que vive entre nosotros.

Extrañaba mi normalidad, extrañaba salir de la burbuja de la “nueva normalidad”, que no es más que un concepto mareador y absurdo para referirse a lo anormal que es no abrazar al amigo o amiga, ni sonreír en la calle y tener que desgastar las manos de tanto jabón, cada cierto tiempo. 

El ser humano que nació para ser libre y sólo esclavizarse ante dioses de naturaleza ajena a la nuestra, hoy vive encerrado en una burbuja, en el mejor de los casos sale a ventilarse y luego de cinco minutos fuera, regresa para hacerse uno con la humedad de las paredes y el moho de los rincones.

Por eso es que la mancha que aún hoy se ve en mi pulgar, más que incomodarme por lucir como una terrible lesión, me pone en el rostro una sonrisa, pues es el vestigio, el signo viviente de que al menos un día de estos últimos seis o siete meses, la vida tuvo destellos de lo que solía ser, al menos en esa oficina: recuperamos la alegría del calor humano, medianamente limitado por caretas o interminables minutos cargados de información utópico-democrática.

Volví a abstraerme de esa mal llamada “nueva normalidad”, como cuando mi mente me hace visitar planetas y galaxias nuevas, realidades alternas y hasta sueños ajenos. Volví a ser libre aún rodeado de una ilusión encapsulada con cubrebocas y caretas; volví a carcajear con chistes malos y a cantar tristezas para luego corear alegrías.

¡Hasta el próximo miércoles!

Postdata: Gracias, camaradería del Diario Plaza Juárez, por la lucha incansable del domingo, y por ser parte de mi propia normalidad.

Mi Twitter: @CamaradaEslava

Mi correo: osmareslava@plazajuarez.mx/historico/historico

Related posts