El Faro

Miguel Delibes

El pasado 17 de octubre se celebraron los 100 años del nacimiento de Miguel Delibes. Fue un novelista vallisoletano no muy leído en México. Fue una persona normal, amante de su casa, de su familia, del campo y, después, de la escritura. Los datos de su vida pueden encontrarse por diversos lugares en los medios de comunicación.

Muchas consideraciones pudieran comentarse sobre el contenido de sus obras, mas solamente destacaremos en esta columna tres de ellas, que quizá puedan decirnos algo para nuestros días. 

En muy buena parte de sus novelas, relata la vida buena, en sentido profundo de ambas palabras, que se vive en el medio rural. Los valores, el estilo sencillo de vida, la comunidad que se da en el pueblo, la naturalidad e igualdad en las relaciones. Todo ello, en oposición con una sociedad urbana hipotecada por una falsa tentación de desarrollo que deshumaniza a la persona y la convierte en rebaño. En Las ratas, en El camino, en Diario de un cazador, en Un mundo que agoniza, entre otras, hace contar a sus personajes su desgarro personal al ver cómo el mundo rural con todas sus riquezas desaparece aceleradamente.

La segunda de las tres consideraciones es su respeto por la naturaleza. En sus obras se respira constantemente su cercanía con el medio ambiente. Sin embargo, será en su discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua en donde más sistemáticamente expone su pensamiento. Cuando en 1975 escribe como discurso un alegato cerrado en favor de la cercanía y respeto por la naturaleza, resulta precursor sobre el tema ecológico en el sentido más radical. Pone por escrito lo que vive directamente en el campo y lo que habla con los que viven a diario en contacto con la tierra.

La tercera consideración tiene que ver con el argumento de El Disputado voto del señor Cayo. Cayo es un viejo que vive en un pueblo retirado de Castilla la Vieja cuando se convocan en España las primeras elecciones democráticas tras la dictadura de Franco. Llegan al pueblo los animadores de campaña intentando convencer al señor Cayo a cualquier precio. Se contrapone la democracia, la vida citadina y moderna con la vida sencilla del pueblo en donde lo importante siempre se ha considerado. La política pasa a un segundo plano, no es tan relevante, y los mismos promotores terminan reconociendo que el señor Cayo no necesita de más de lo que tiene.

La pérdida progresiva de las bondades en el mundo rural, el cuidado de la naturaleza y la distinción de lo realmente importante en la vida por encima de otras consideraciones, pueden ayudar a ubicarnos en un referente más profundo que el de la ciudad, la masa, el progreso a toda costa, la destrucción del planeta o la importancia central de la política como si en ellas nos jugáramos la vida. 

El realismo en la mirada de nuestro autor, la sencillez de la vida auténtica y real y la sensatez en la manera de vivir, ¿serán útiles hoy para nosotros en Hidalgo?

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