En la ventana
Siempre se le veía en ese rincón del cuarto y específicamente a esa hora del día, el atardecer era la parte del día que más anhelaba y por la cual desarrollaba sus deberes con motivación, creía que el estar entretenida con los quehaceres hacía que el tiempo se pasaba más rápido y podía disfrutar de ese momento que no solo era suyo, también del hombre de su vida.
Cada día desde el primer instante en que el sol comenzaba a ocultarse, acercaba la mecedora del cuarto frente a la ventana para disfrutar de ese instante romántico en el que el sol y la luna se encuentran solo por unos segundos.
Ese cuadro de la naturaleza le marcaba la hora para ver la llegada del hombre de sus sueños después de una jornada laboral, para correr apresurada a la puerta de la casa a darle la bienvenida con un fuerte abrazo y un eterno beso.
Y seguido del acto entablar una larga charla de lo que ha ocurrido en el día y comenzar a diseñar proyectos a futuro para continuar con la vida marital de ensueño que diariamente fortalecían y alimentaban.
La rutina no parecía afectarle, cada tarde era igual, los cambios eran en los deberes del hogar o posiblemente en el tema de las pláticas, aunque no se desviaban del todo en lo que representaba la vida en pareja.
Posiblemente también había modificaciones en aquellos días en las que tarde no era soleada y todo era frío y neblina; sin embargo también acomodaba la mecedora para sentarse a contemplar el gris paisaje.
Hasta el momento su vida sigue igual, se sigue sentando en el mismo mueble, en el mismo espacio, mirando hacia el mismo horizonte, en espera del hombre de sus sueños, el mismo que ha imaginado por tantos años llegar para fundirse en un fuerte abrazo y eterno beso, para sacarla de ese frío y blanco lugar.