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PEDAZOS DE VIDA

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La paleta 

La orillas es color dorado, en tanto el cuerpo se va tornando de gris a un azul ultramar para perderse entre otras que sólo tienen pigmentación blanca con gris y negro. Es una de las tantas imágenes que nos regala el sol antes de partir por el horizonte, un atardecer descomunal como lo es cada atardecer al que le ponemos atención.

En el cielo, me gusta ver la forma de las nubes,  los cirrocúmulos y los cúmulos a veces me permiten imaginar que en los espacios que se ven azules y que son enmarcados por el blanco se forman lagunas, y montañas, otras veces puedo ver el mar y algunas islas, entonces imaginó que el cielo es el reflejo de algún lugar en el mundo, con sus cascadas, con lagos y lagunas, con montañas que no son de nubes, en dónde habitan las aves. 

Una vez el cielo se tiñó de rojo, el sol estaba sangrando como lo decía la leyenda del flechador del cielo, eran las ocho de la noche y el reflejo de la escala de rojos se asomaba por la ventana, se metía entre las cortinas y nos hacía pensar en que algo sucedería, es la ocasión en que más rojo, nranja y amarillo pude ver el cielo como una degradación de color que se perdió en el horizonte como velo de novia que anuncia su partida al contornearse con el viento. 

Hace unos días vi como el azul cerúleo pasó color prusia y luego a ultramar, para finalmente quedar sepultado en la negrura de la noche que tiene pecas de estrellas. SIn embargo entre los cielos y las nubes de los atardeceres, los que más prefiero son los que incitan a la pareidolia, porqué en los márgenes de las nubes y en su composición puedo ver el perfil de los ancestros, las siluetas de los Dioses ocultos y a veces la sonrisa del Tlalok, así son mis tardes de mirar el cielo, una paleta de dónde seguramente salieron todos los colores existentes.