Los Consejeros del Rey
- ¡Cuántos gobernantes del mundo dirigen, designan, cancelan, inventan, imaginan, calumnian y flotan porque creen que su verdad es la única del universo!
Fue hace mucho tiempo, pero presente lo tengo hoy, cuando me contaron la siguiente historia:
En una ocasión el Rey decidió ir a pescar; había soñado que el río, sabiendo de su prestigio, le proporcionaría un caudal de buena pesca, y que solo sería cuestión de sentarse a su ribera para que los peces volaran cual saetas a su caña. Era un rey ingenuo y soñador.
Muy temprano, después de consultar a sus asesores, -en especial a un tal López Gatell-, respecto al clima, y que estos en forma categórica le dijeron que sería un día espléndido, no en balde sus estudios completos en Harvard, salieron en caravana con una descubierta de clarines que anunciaban el paso del Rey.
Con dificultad, un súbdito campesino se acercó a la carroza de su majestad: “Disculpe su excelencia, sé que va de pesca y debo decirle que va a llover muy fuerte, será mejor que desista de su empeño”. El Rey, magnánimo, le contestó casi sin mirarlo: “No es posible, mis asesores expertos me han dicho lo contrario, ve con Dios”.
La caravana siguió y no había iniciado la famosa pesca, cuando nubarrones llenos de manchas grises se fueron juntando, estaban decididos a hacerla una mala pasada al Preciso.
Una tormenta con truenos y centellas oscureció el reino, y su majestad junto con sus asesores expertos, regresaron como sopas al palacio.
De inmediato hizo llamar al súbdito que le predijo la lluvia, y más con curiosidad que con duda le preguntó de cómo sabía de la proximidad del aguacero. “Querido rey, no soy yo sino mi burro; cuando agacha las orejas por un buen rato es que va a llover fuerte, cuando es poco el tiempo es que solo se tratará de una llovizna”.
El Rey despidió a sus consejeros y pidió al campesino que ocupara el puesto de los corridos. “Majestad, pero no soy yo sino mi burro”.
Desde entonces los gobernantes del mundo, pero en especial de nuestro México tienen siempre a burros como asesores que saben agachar las orejas.
En la historia que ufanado les he platicado, el Rey tuvo la osadía de despedir a los falsos consejeros, a aquellos que solo saben decir: “lo que usted diga majestad”, y nunca poner enfrente su verdad; y aunque al despedirlos sabía que sería asesorado por un burro, lo prefirió a seguir con la retahíla de mentiras que todos los días le daban.
El problema es cuando el Rey no escucha ni las mentiras, y solo vive en su mente la verdad que únicamente puede salir de su boca. Es muy difícil que un burro pueda aconsejar a otro semejante.
¡Cuántos gobernantes del mundo dirigen, designan, cancelan, inventan, imaginan, calumnian y flotan porque creen que su verdad es la única del universo!
Llega el momento en que se enredan en sus propias mentiras, con las fantasías en que ven enemigos en cada puerta, y se sienten muy cerca de la apoptosis como lo plasma una pintura del capitolio, donde Washington se transforma en divinidad. En esos momentos el Rey piensa más en la inmortalidad que en los problemas necios y cotidianos como una pandemia: se imagina ya entre los próceres de la patria.
Para muchos dirigentes del mundo de ahora y de la historia, sus vidas cambiaron por el incienso del poder, por las palabras de la adulación y sobre todo por el poder de hacer y des-hacer.
En I532 en Italia se publicó “El Príncipe”, de Nicolás Maquiavelo donde sin escatimar remordimientos explica los caminos para hacerse del poder y dice:
“El que descuida lo que se hace por lo que debe hacerse, antes afecta su ruina que su preservación”.
Es así que los reyes del siglo XXI caminan obnubilados sin hacer caso a sus consejeros y si algunos sí lo hacen, solo escuchan al burro de la historia.