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RELATOS DE VIDA

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Uno por grande y otro por chiquito

¡Uno por grande y otro por chiquito! Es la frase que constantemente repetía Magdalena a sus hijos Pedro y Juan, en cada pelea que protagonizaban y que le causa que los pelos de le pusieran de punta seguida de un fuerte dolor de cabeza y una diarrea incesante por el coraje.

Pedro tiene cuenta con 12 años de edad y Juan apenas seis, pero si relación siempre era de pugna, el primero siempre encerrado en su cuarto viendo vídeos y escuchando música y quejándose ante cualquier situación.

Juan además de inquieto tenía el don especial de sacar de casillas a cualquiera buscando siempre que sus peticiones y necesidades se hicieran como, dónde y cuando el querían o de lo contrario entraba en ira y frustración.

Pese a que Magdalena intentaba hablar con ellos calmadamente y explicando que al ser hermanos tenían que llevarse bien, sus palabras no lograban entrar a oídos y comprensión de los niños; llegando en ocasiones hacerles entender con unos buenos cinturonazos, pero la acción tampoco cambiaba su actuar.

La mujer presentaba cansancio físico provocado por el conflicto de emociones con sus hijos, ya no sabía la forma de hacerles entender y sus nervios estaban a flor de piel, mismos que trataba de controlar con un buen café y un cigarro que degustaba en el patio de la casa cuando los pequeños hombres de casa dormían.

No obstante la paciencia y tolerancia estaban al límite, cualquier encuentro entre los niños, gritos, chismes le aceleraban el ritmo, le nublaban la visión y subía el volumen de la voz para reprenderlos por su comportamiento; seguido de una salida al patio para calmarse y después al baño para sacar el enojo encapsulado.

Un día los nervios no aguantaron más, en una reprimenda la mujer se desplomó después de gritar -Ya estoy harta, estoy cansada, ustedes no entienden, uno por grande y otro por chiquito – los niños, al verla tendida sobre el piso comenzaron a llorar una gritar pidiendo ayuda, hasta que Pedro tomo el celular y llamo al teléfono de emergencia.

En cuestión de media hora la ambulancia llegó para llevarse a Magdalena a un hospital, mientras los niños esperaban la llegada de sus abuelos maternos para trasladarse al lugar donde sería llevada su madre.

Magdalena había sufrido un colapso nervioso, mismo que le ocasionó la parálisis de la mitad de su rostro, un tratamiento extenso de medicinas, la sugerencia de un proceso de rehabilitación así como la firme indicación de evitar angustias y molestias.

Durante la recuperación los niños mostraron respeto, paciencia y tolerancia entre ellos, además de aprender a trabajar juntos para ayudar en las labores del hogar y deberes personales, además de la promesa diaria frente a su madre de llevarse bien, cuidarse y no causarle más problemas.