La cartografía germana de Picasso, en Málaga

El Museo Picasso de Málaga estudia en su nueva exposición la relación del pintor con el arte alemán y la recepción que su obra tuvo en ese país

 

Estos «Registros alemanes» suponen un intento de cartografiar un vasto territorio apenas explorado: el de la relación de Picasso con el arte alemán y la recepción que allí se hizo de su obra. El comisario, como es habitual en sus exposiciones -densas y con numerosas referencias-, procura un ensayo cargado de sugerencias, que, afortunadamente, deviene aquí prismático y abierto.

 

Para ello se proponen 22 registros para construir esa relación entre Picasso y Alemania. Registros que congregan 75 obras del malagueño y más de 100 de Beckman, Dix, Ernst, Grosz, Höch, Kandinsky, Kirchner, Macke, Nolde o Schmidt-Rottluff, entre otros, a los que hay que sumar a maestros como Lucas Cranach el Viejo o Lucas Cranach el Joven, que serían revisitados por Picasso en la mediación de siglo.

 

El caso alemán cuenta con condicionantes que hacen pertinente y enriquecedor el diálogo propuesto. Uno de ellos es de carácter contextual: las tensiones geopolíticas entre Alemania y Francia, que llegaron a operar en la intrahistoria de algunos movimientos artísticos; otras afectan incluso a cierta crítica germanófoba que se hace del cubismo desde sectores de la cultura francesa y que tienen a Picasso como «blanco».

 

Fogonazos

 

Algunas propuestas atienden a conceptos medulares del arte de vanguardia. En la mayoría de los casos, mediante el encuentro con obras sencillamente prodigiosas, los diálogos permiten vislumbrar paralelismos -sobresaliente la comparación respecto a la influencia del arte primitivo y la vuelta a la Naturaleza, con el protagonismo de la ciudad de Dresde y una colonia artística como Worpswede mediante la rotunda presencia de Modersohn-Becker-, influencias «picassianas» o desarrollos posteriores de temáticas que le caracterizaron, así como subversiones de procedimientos alumbrados por él.

 

La exposición muestra el valor simbólico de Picasso, una figura «a la que aspirar» y «derrocar», inexcusable vía de la modernidad pero que urge ser «ultrajado» en virtud de lo que representa. En apenas una década pasa de ser influencia a objeto de burla. No es esta una singularidad alemana. Pero el Picasso del compromiso aflora ejemplar, compartiendo espacio con las punzantes y grotescas obras de Dix o Grosz.

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