Familia política
SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA.
LEGALIDAD, LEGITIMIDAD Y GOBIERNO, EN EL DISEÑO Y CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO MEXICANO. A CIEN AÑOS DEL ASESINATO DE VENUSTIANO CARRANZA.
INTERVENCIÓN DEL MAGISTRADO EN RETIRO, PRISCILIANO GUTIÉRREZ HERNÁNDEZ, SOCIO CORRESPONDIENTE EN PACHUCA, HIDALGO.
TEMA: VENUSTIANO CARRANZA EN LA LITERATURA.
Señor Presidente de la SMGyE.
Estimados Consocios.
Amigos todos.
Como dijera en una intervención el Maestro Javier Garcíadiego: “La vida de El Barón de Cuatro Ciénegas es, por esencia, novelable”. Destacadas plumas, como las de Martín Luis Guzmán, Francisco L. Urquizo, Fernando Benítez… entre muchas otras, hicieron trascender la biografía de este singular personaje, para darle un lugar en las letras de México y del mundo. Entró por la puerta grande, en la figura de El Rey Viejo, magistral retrato que el escritor logró con el dinamismo de los días comprendidos entre el 5 y el 21 de mayo de 1920.
Es cierto que Martín Luis Guzmán, en su libro Muertes Históricas, logró un genial testimonio del fatal acontecimiento, con altos valores literarios, pero sin perder su perspectiva cronológica. El General Francisco L. Urquizo, actor destacado en la tragedia, la logró plasmar con talento narrativo en El Asesinato de Carranza. Nos lleva de la mano por la Huelga de Generales, la Evacuación de la Ciudad de México, los Dramas de Apizaco-Rinconada y Aljibes… hasta llegar a Tlaxcalantongo.
Durante las diferentes jornadas, el ameritado militar describe, en primera persona, lo fácil que resultaba para algunos altos mandos dentro del Ejército Constitucionalista, defeccionar, traicionar a aquél de quien, alguna vez, recibieron prebendas significativas y que en ese momento marchaba al encuentro de una muerte, cuya guadaña se vislumbraba en el serrano horizonte.
Los cambios de chaqueta, el desprecio por la palabra, la total ausencia de valores en supuestos pactos de caballeros, el abandono del más elemental pundonor militar… forman todo un catálogo de deslealtades, que Don Venustiano afrontaba diariamente, sin perder su estoica figura de patriarca bíblico. Una inmensa lista de nombres, cargos, grados… quedaron, con gloria o con vergüenza, en las páginas que el General escribiera como testimonios para un juicio cuyo veredicto, la historia dicta cada día.
En el devenir de México, la figura de Carranza, aunque controvertida, se erige como la de un estadista de trascendencia universal. El reconocimiento del que ahora goza, no lo libró, en su tiempo, de sus detractores. Su vocación civilista lo llevó a desdeñar cualquier grado castrense, para autodefinirse como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista; a pugnar porque la Presidencia de la República no estuviera en manos de un militar, por prestigiado que fuere, (esto lo llevó a propiciar la candidatura del Ingeniero Ignacio Bonillas, a quien el pueblo bautizó como “Flor de Té”) la creación del verbo “carrancear”, como sinónimo de “robar” y otros “argumentos” para justificar la inconformidad de los caudillos, ante la inminente sucesión presidencial.
Al lado de la Literatura (así, con mayúscula), es inevitable que se tejan pequeñas narraciones orales, anécdotas, leyendas y otras manifestaciones de realismo mágico. En este contexto, un viejo sabio que tiene casi un siglo de vivir en el pueblo de Acaxochitlán, muy cerca de la confluencia entre los territorios estatales de Hidalgo, Puebla y Veracruz, relata los siguientes hechos, a los cuales atribuye absoluta verdad, cito libremente: “Cuando Carranza y su comitiva, después de abandonar el Tren Dorado y la columna que los seguía, iniciaron su viacrucis por la árida llanura y la agreste sierra. Muy cerca de ese pueblo (donde hoy se encuentra la laguna El Tejocotal), estaba un hermoso bosque. En previsión de la debacle fácilmente visualizable, un previsor funcionario, de toda la confianza del Primer Jefe, le aconsejó poner a salvo el tesoro nacional que se transportaba a lomo de mula. Convencido de la pertinente propuesta, en compañía de un reducido grupo, aprobó resguardar bajo tierra el emblemático y económicamente significativo acervo, para preservarlo de la rapacidad. Como señal inequívoca para una localización futura del punto de entierro, se seleccionó un frondoso y enorme pino, en cuyo tronco se clavó una herradura.
Así, pasaron y pasaron los años; La Revolución se institucionalizó y la hermosa altiplanicie, heredera ancestral del hermoso bosque, se vio de pronto sin árboles, inundada por las aguas. Es lógico: no quedó rastro del árbol, y menos de la herradura”.
En el capítulo “La Gracia” de El Rey Viejo, Fernando Benítez relata el perdón que Carranza otorgó a dos generales ya entrados en canas, sentenciados a muerte. Su defensor, un añoso campesino, imploraba: “Son prisioneros de guerra, bien lo sabemos Señor. Sabemos también que no son los únicos. Todos se han sublevado, todos le han vuelto la espalda y lo han traicionado, pero así son las cosas en nuestro país y usted lo sabe mejor que nosotros. No deseamos aminorar su culpa, sino recurrir a su piedad y rogarle que les perdone la vida. Los dos son ya viejos y están cargados de hijos. Se irán a sus casas y ninguno volverá a tomar las armas en contra del gobierno… Yo me he preguntado muchas veces ¿Por qué el mexicano lo traiciona todo? y la respuesta me la dio el otro día un muchacho de la hacienda. Le pregunté ¿Por qué no compones tu casa? ¿Por qué no siembras los frutales que te regalé? ¿Por qué no ahorras en lugar de emborracharte? ¿Acaso no piensas en un futuro mejor? ¿No tienes esperanzas? Él me contestó: Todas las veces que pienso en el futuro, me va mal. El futuro es como un gato negro o como una culebra, siempre trae mala suerte… El caso de ese pobre campesino es el mismo de esos dos generales traidores. Un día estuvieron con usted y otro contra usted, un día con Villa y otro con Zapata. Viven también al día y están con el fuerte, con las circunstancias del momento, con el victorioso. Ellos pensaron en el futuro y como al ranchero de mi cuento, les fue mal, un gato negro se cruzó en su camino…” El Presidente miró a los prisioneros y se concretó a decirles: Están en libertad.
Terrible fue la travesía por la sierra oscura, bajo la lluvia pertinaz; con los caballos débiles, casi sin comer; con la amenaza constante del enemigo siguiéndoles los pasos y la incertidumbre de las supuestas lealtades. En esas condiciones, como obedeciendo a la ineluctable fuerza del destino, la columna se detuvo y un joven militar se acercó al General Mariel, para decirle, después de abrazarlo: “Ha llegado el momento en que pueda demostrarle mi gratitud por todo lo que usted hizo cuando yo era un rebelde. Cuente conmigo y con mis hombres. Me siento feliz de compartir la desgracia del legítimo gobierno”. Mariel tomó del brazo al mancebo y lo llevó con su Jefe: “Señor, le presento al General Herrero, es un hombre honrado y un militar de primera. Desea ponerse a sus órdenes. Yo me hago responsable de su lealtad”. -Sea usted bienvenido, general Herrero, dijo el aludido, sin bajarse del caballo y extendiéndole la mano, -No puede usted llegar más oportunamente. -Estoy para servirlo, Señor Presidente, contestó Herrero, limpiándose las lágrimas con uno de sus guantes de gamuza… Después lo condujo a una cabaña, diciéndole: -Por esta noche, éste será su palacio nacional. Ahí, en una humilde casucha de Tlaxcalantongo, se consumó el magnicidio. La confianza, las ganas de creer en la lealtad de los hombres, el fino tejido de las intrigas, lograron que El Viejo conciliara el sueño, sólo para caer acribillado por las balas que, de todos lados, llovieron sobre su cuerpo indefenso.
Por más que los intereses oficiales trataron de aparentar suicidio, es claro que La Revolución cumplió su destino: devorar a sus propios hijos.
Benítez relata una visión onírica: “Continuaba el sueño del Rey Viejo. Se negó a suicidarse y lo habían asesinado. Eso era todo. Un pequeño drama nacional repetido muchas veces, pero había que vivirlo, sentir que las balas entraban en la carne del Presidente, oír su estertor y verlo metido en el ataúd que se deslizaba entre la niebla, fuera del espacio y del tiempo, subiendo y bajando irreal, obsesivo, sin relación con su energía, con su prudencia, con su tenacidad que parecía vencer a la muerte”. El Rey había muerto.
SEÑOR PRESIDENTE. ESTIMADOS CONSOCIOS. AMIGOS TODOS.
PERMÍTASEME RUBRICAR ESTA INTERVENCIÓN, CON EL SIGUIENTE:
SONETO
Él era un viejo Rey republicano.
Un General sin águila ni estrellas.
Un caudillo civil, con hondas huellas
Que su ser acuñó, desde temprano.
Hace un siglo murió; no vivió en vano
Nutrió con patriotismo sus querellas.
Imperturbable: glorias ni centellas
Alteraban su faz. Era un arcano.
Fue la legalidad, pasión y muerte.
Su religión, Constitucionalismo.
En México creyó, creyó en sí mismo.
Todo apostó para sellar su suerte.
Con la lóbrega noche por jorongo,
Lo asesinaron en Tlaxcalantongo.
*Prisciliano Gutiérrez
Agosto 2020.