Recesión democrática

HOMO POLITICUS

La recesión democrática en la que nos encontramos advierte un peligro mayúsculo para la estabilidad social, porque es el caldo de cultivo para la insurrección ciudadana. Esto lo debería admitir el Estado y abrir los procesos de incorporación ciudadana a la toma de decisiones, de lo contrario el ostracismo que se vive habrá de terminar en un abandono social del Estado que terminará gobernando solo.

 

Mucho se cacarea sobre las virtudes de la democracia representativa, pero ni la salud política es clara ante los resabios del antiguo régimen y, mucho menos, las insuficiencias de la ciudadanización de las estructuras gubernamentales, donde la verticalidad del poder sigue siendo la constante.

            A más de tres años de esta administración federal la realidad es tan incierta que no permite hacer un balance en el cual el gobierno salga favorecido. La no concreción de las tareas trazadas desde la reforma integral del Estado que dio paso a las reformas estructurales, apuntan no sólo a una recesión económica sino a un proceso de recesión política, porque las fuerzas partidistas y la sociedad civil siguen reproduciendo las lógicas del liderazgo de Estado a la vieja usanza, y con ello se echa por tierra la fuerza política del porvenir.

            Es inconcebible que las fuerzas partidistas no presenten salud política y que no sean estructuras democráticas; por el contrario, su empoderamiento autoritario ha generado el ascenso de las candidaturas independientes como una muestra de desdén ciudadano hacia los partidos, creando una reacción en cadena que se ha estructurado desde la clase política en los diferentes estados del país, para poner candados constitucionales y barreras a este tipo de expresión “ciudadana”.

            Empero, no es poniendo trabas y fronteras a la ciudadanía de donde habrá de surgir la equidad política y se habrá de poner fin a la recesión democrática que vive la ciudadanía, sino de la corresponsabilidad plena entre sociedad civil y sociedad política, que implica ejercer el poder de abajo hacia arriba.

            La recesión democrática en la que nos encontramos advierte un peligro mayúsculo para la estabilidad social, porque es el caldo de cultivo para la insurrección ciudadana. Esto lo debería admitir el Estado y abrir los procesos de incorporación ciudadana a la toma de decisiones, de lo contrario el ostracismo que se vive habrá de terminar en un abandono social del Estado que terminará gobernando solo.

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