Por quién lloras…
Muchos amigos se han ido, familiares o simplemente alguien que conocimos y que ya no veremos más. La maldita pandemia se los ha llevado, ayudada en muchos casos por la terquedad y la forma tan ligera de tomar las medidas sanitarias; en otros, la necesidad de estar al frente del campo de batalla, en donde, aún a riesgo de contagiarnos, no nos queda de otra, pues el deber está primero, tal es el caso, no sólo de los médicos, también de quienes tienen que prestar los servicios de Seguridad Pública como los policías, o bien, de quienes tiene que transportar a cientos de personas hacinadas en camiones o taxis, porque a alguien se le ocurrió que la mejor medida en estos tiempos era recortar los horarios de transporte, reducir el número de rutas o implementar el Hoy no Circula, cuando la medida tendría que ser exactamente al revés.
Sea cual sea la causa de su partida, el lamentable resultado es la nada, la inexistencia de gente productiva, de gente buena que aún tenía mucho para ofrecer.
Y por ello, últimamente nos invade la tristeza, incluso en ocasiones, hasta una furtiva lágrima recorre la mejilla y no entendemos o no queremos entender por qué sucede; me niego a resignarme en que para las estadísticas pasemos a ser sólo un número más en ese pico que no termina por aplanarse, aunque a algunos les parezca que la pandemia ya se domó, como queriendo convencernos de lo contrario a lo evidente.
Minimizar el problema no lo resuelve, el querer ver el mundo color de rosa no oculta esa realidad que sólo ha servido de anillo a algunos que ponen las declaraciones; mientras otros ponemos los muertos.
Por hoy, es mejor disfrutarnos antes de convertirnos en un número más, aunque para la familia seremos un hueco que jamás se llenará. Disfrutemos, aunque sea a la distancia, a los amigos y familiares, ahora que aún están con nosotros, el “después” que está más cerca que nunca, nos enseñará que puede ser demasiado tarde, y entonces un sentimiento de culpa será nuestro único compañero.
Sentiremos culpa por todo aquello que hicimos o dejamos de hacer cuando esas personas estaban con nosotros; el remordimiento destruirá nuestras entrañas y no nos dejará en paz; pero ya nada se puede hacer, por mucha culpa que sintamos no se corregirá el pasado; el flagelarnos con la horrible oscuridad de la tristeza no secará las lágrimas del alma, sobre todo si ya nos hemos convertido en un número que día a día está rompiendo nuevos récords de muertos.
No hay mejor cura para la tristeza, que nos provoca la culpa, que el actuar en el presente; no esperes a que llegue el mañana para atender eso que a cada segundo se convierte en pasado; hoy toma la mano de esa hermosa persona que tienes a tu lado, demuéstrale tu afecto y encontrarás que el efecto rebote es todavía más maravilloso.
Besa la mejilla de tu madre, de tu hermano, mañana puede ser demasiado tarde y entonces te seguirás culpando por no haber actuado a tiempo, por haber dejado pasar esa maravillosa oportunidad de recibir una respuesta que hoy, por mucho que la lloremos y ansiemos, nunca más llegará.
No te preguntes: ¿por quién lloras?, mejor pregúntate: ¿con quién voy a disfrutar este transitorio día de felicidad?, porque a la postre será eterno en nuestro pensamiento y no importa que para otros solo seamos parte de las estadísticas.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.