Una moneda en el camino
Era una moneda común y corriente como todas las que circulan por estos lares. Recién salía de una sucursal bancaria junto con otras monedas relucientes dentro de una bolsa traslucida. Pero a pesar de que dichas monedas brillaban bastante, esta moneda en cuestión brillaba aún más que las demás. Parecía recién lustrada cuidadosamente.
El hombre de traje que sostenía aquella bolsa dentro de otra bolsa opaca llegó a una oficina, y comenzó a dividir cada una de las monedas, y acto seguido las colocó dentro de sobres amarillos, cada uno con un nombre impreso. La moneda muy brillante terminó resguardada en uno de aquellos sobres, y éste último, en las manos de un humilde obrero.
Aquella noche, el obrero sacó todas las monedas del sobre, y de pronto, su vista fue conquistada por aquella moneda tan brillante como el sol. Después de contemplarla un rato, decidió que sería bueno intercambiarla por un litro de leche, para alimentar a sus hijos. Y aquella moneda terminó al lado de otras monedas opacas en la caja fuerte del tendero.
En cuanto amaneció, el hombre de la miscelánea recibió la visita del repartidor de pan para recibir un poco más de mercancía para vender y sacar adelante su negocio, y selló la transferencia junto con unos billetes y la moneda brillante. Y así comenzó a viajar unos cuantos kilómetros durante varias horas, hasta que el repartidor llegó a la panadería para entregar la cuenta del día.
El dueño reunió todo su dinero para determinar todas las ganancias, y con ello considerar parte de ellas para comprar insumos para hacer más pan, y la moneda que aún conservaba parte de su brillo fue a parar en su bolsillo. El hombre se subió en su vehículo en busca de su materia prima, en pleno día en que el sol estaba a plomo.
Un puesto de aguas frescas apareció a la mitad del camino, y en el acto de intercambio, la moneda acabó en las manos de una pequeña emprendedora. La niña estaba muy feliz de haber vendido una de sus aguas, y conservó aquella moneda en una caja de madera.
En cuanto se comenzó a nublar, la niña acompañada de su mamá, comenzó a guardar todo antes de que la lluvia los sorprendiera. Pero en un momento de distracción, la pequeña dejó ir la moneda reluciente, rodando hacia la carretera. Autos la comenzaron a golpear, y es cuando su brillo comenzó a apagarse.
Aquella tarde llovió torrencialmente, y la moneda flotaba como un barco en altamar sin algún tipo de destino: conoció alcantarillas, desagües, el lodo, la fauna típica del mundo subterráneo urbano, recorrió calles más que nadie.
Y una noche, después de que todo el cataclismo había terminado, la moneda terminó golpeando la base de una parada de autobús, llamando la atención de un trabajador. Con esmero le quitó las imperfecciones y la guardó en la bolsa de su pantalón. Y en cuanto llegó a su casa, aquel hombre resguardó la moneda, ahora opaca, junto con otras igual que ella en una alcancía de porcelana.