LAGUNA DE VOCES

* Huasteca, no es resignación, es esperanza

 

Por razones de vida conozco desde hace más de 30 años la región huasteca del estado, muchas de sus comunidades, y un sinfín de rostros que, de eternidades, hablan de una situación que no ha cambiado, y probablemente nunca cambiará. Pobres entre los más pobres, los huastecos se han acostumbrado a ver la existencia de una manera muy diferente a la nuestra en un plano absoluto de resignación. Desconozco si es la resignación cristiana.

            En algún tiempo surgió la desesperación, el enojo absoluto, la necesidad de reclamar como fuera sus derechos, y entonces se desató la violencia ante el abuso de caciques que siempre han existido, que hoy existen y existirán. En resumidas cuentas nada ha cambiado en cuanto a la estructura que sostiene, a los más, en deplorables condiciones, y a los menos como propietarios de todo.

            Después llegó la calma, hubo una repartición de miles hectáreas a los huastecos, pero jamás llegaron los recursos para que las trabajaran. Los caciques entonces pudieron presumir: “ya ven, ¿para eso le querían dar las tierras a los indios, para que las dejaran morir, para que todo fuera arruinado?”.

            Sucedió que finalmente ya a nadie le interesaba poseer pequeña propiedad o lo que fuera, porque simplemente no servía para otra cosa que generar falsas ilusiones. Cada cual quedó en su lugar. Los ricos de siempre, ricos. Los miserables de siempre, miserables.

            Se dio por hecho que hasta la eternidad las cosas quedarían así, que ya no habría remedio alguno, y que unos, una inmensa mayoría, tendrían que acostumbrarse a la resignación absoluta, sin esperanza de otra cosa que sobrevivir.

            Tal vez por eso hayan creado una visión mágica de la existencia humana, capaz de reconstruir los despojos del mundo que la civilización les ha dejado. Se trata de una resignación diferente a la que conocemos, porque es esperanzadora.

            Por eso resulta un error asumir de manera simple que el sufrimiento ha llevado a cancelar el poder mágico de los huastecos, para reducirlos a un eterno signo de dolor. No es así. La festividad huasteca no termina nunca, cualquiera que sean las condiciones. Y no, de ninguna manera es una festividad simplona, propia de las eternas explicaciones del ser habitantes de una nación como la nuestra.

            Es otro el asunto.

            Han construido un universo nuevo, completo, donde las complicaciones de la vida cotidiana en efecto los lastiman, pero no los destruyen, nunca han podido.

            La primera vez que conocí la huasteca me dije que era una lástima la situación que vivían, que el corazón se acongojaba, que alguien tendría que llevarles justicia.

            Ahora es diferente, porque seguramente quien les causó una profunda pena y lástima fui yo. Poseedores de una capacidad mínima para observar el mundo, nunca nos asomamos a lo verdaderamente importante, lo que nutre el alma.

            Ellos lo hacen diariamente. La resignación de la que hacen gala no es mansedumbre ni nada por el estilo. Su resignación es observación, enseñanza, muestra evidente y clara de cómo poder entender este tránsito tan efímero por la existencia.

            Por eso siempre que piso suelo huasteco es claro, evidente, que uno puede aprender, saborear el gusto fundamental por la vida, esta que tenemos a la manos; esta que nos empeñamos en conservar hasta que se pueda.

            Es la magia de una región vital para el estado.

            Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

           

CITA:

Tal vez por eso hayan creado una visión mágica de la existencia humana, capaz de reconstruir los despojos del mundo que la civilización les ha dejado. Se trata de una resignación diferente a la que conocemos, porque es esperanzadora.

 

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