Populismo y responsabilidad

TEMPORAL

En países como México, el populismo está estrechamente ligado con el nacionalismo anti-imperialista (anti-neoliberal en la actualidad), y se encuentra orientado al desarrollo y la disminución de la dependencia política y económica del país, y la defensa de la soberanía. Esto como estrategia para redistribuir la riqueza nacional y mejora las condiciones de vida de la población.

 

Para definir qué es el populismo, conforme a Jürgen (1987), habría que establecer si se trata de una categoría útil para el análisis o se trata de un término retórico que simplifica el debate de fondo. Conservador o progresista, de izquierda o de derecha, su principal característica es que apela al pueblo, entendido como ciudadanos comunes y corrientes, y no a determinadas clases, configurándose como un movimiento plural contra las élites o el “establishment”. Es por esa razón que como concepto, el populismo resulta impreciso, ambivalente y las más de las veces se usa para impresionar interlocutores.

            A fines del siglo XIX diversos movimientos políticos se autodefinieron como populistas. Su acción política respondió a los cambios en las formas de producción asociadas a la revolución industrial, así como sus efectos en la organización social y los medios de representación política y de toma de decisiones (Frei y Rovira, 2008).

            En el ámbito latinoamericano, el populismo se constituye en una fase de transición entre una sociedad agraria tradicional a una moderna e industrial, primordialmente entre la primera y la segunda guerra mundial. Sin embargo, no necesariamente se consolidó el ejercicio pleno de los derechos civiles y políticos, con todo y el reconocimiento de la validez de los reclamos populares (ídem).

En países como México, el populismo está estrechamente ligado con el nacionalismo anti-imperialista (anti-neoliberal en la actualidad), y se encuentra orientado al desarrollo y la disminución de la dependencia política y económica del país, y la defensa de la soberanía. Esto como estrategia para redistribuir la riqueza nacional y mejora las condiciones de vida de la población.

En esa lógica, hacia 1929 se fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR). El cual fue concebido como un partido de “masas” y se sustentaba en la tutela de los derechos del campesinado y la naciente clase obrera. Promovió la movilización pública para sus fines, justificándose en una mayor participación popular en los temas de Estado y la más equitativa distribución de la riqueza. Génesis de la Confederación de Trabajadores de México (1936), la Confederación Nacional Campesina (1938) y la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (1946).

En el debate mediático, sin embargo, actualmente se impone una suerte de “pseudo-populismo” que hace las veces de “epíteto peyorativo como crítica política” (Dussel, 2007), en el que se niega la existencia de fenómenos políticos y sociales que afectan directamente a las personas, así como de un aumento brutal en las desigualdades del desarrollo social y humano. Esto sin que la población en su conjunto pueda intervenir en las decisiones que le afectan.

Para combatir al populismo, actualmente se esgrime el argumento de la responsabilidad. Pero si de responsabilidad se trata, se me antoja preguntar: ¿acaso estamos en un lecho de rosas?

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