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UN INFIERNO BONITO

“EL CONCHO”

Alfonso Hernández, mejor conocido como “El Concho”, era un grandote de pocas pulgas, el “ay nanita” para los madrazos, pero lo que tenía de grandote, lo tenía de pendejo, porque su vieja le ponía el cuerno con su mejor amigo, que era el encargado de la mina y como estaba calvo, le decíamos “El Pelón”.   Le daba trabajos descansados y 

fáciles, muchos sabíamos el por qué, pero nadie se atrevía a decirle nada, por miedo a que nos agarrara a madrazos o nos picara, porque andaba siempre armado con un cuchillo.

Cuando el encargado quería estar con su vieja, buscaba pretextos y lo cambiaba al turno de noche, para que no le hiciera mosca. 

Lo hacía con mucho cuidado, porque sabía que “El Concho” era cabrón y si le caía en la movida, sería capaz de matarlo, Cada uno de los mineros tenían su trabajo, solamente se veían a la hora de la salida o en el túnel. 

Al bajar a la mina, llegaban al despacho que es donde paraba la jaula y todos iban al comedor, donde calentaban tacos o lo que llevaban de comer, un día nos dijo “El pelón”:

  • Ya conseguí el permiso para que nos den chance a los del turno de la mañana, para salir una hora más temprano y lo de la noche van a seguir igual, pero con una lana de más.

Al pasar el tiempo, era la misma rutina, al salir entregábamos la lámpara, las herramientas y nos íbamos a bañar. Pero antes de salir, el encargado buscó a “El Concho” y le dijo:

  • ¿Sabes qué, carnal?  El sábado me urge que vengas a trabajar en la noche, porque tenemos que vaciar la tolva y limpiarla. El ingeniero dijo que te iba a poner un día más de sueldo. Vas a entrar a las 6 de la tarde y sales a las 3 de la mañana, pero se trata de que no me vayas a fallar, porque es un compromiso, ya firmado con la empresa y el Sindicato.
  • ¿ Como crees? ¡cuenta conmigo!

“El Concho” vivía en uno de los callejones del barrio del Atorón, y “El Pelón”, su encargado, vivía en la colonia Morelos. Llegó a trabajar en el turno de la tarde, como habían quedado. Horas después de estar trabajando, se puso muy enfermo del estómago con diarrea y vómito. 

El sotaminero le dijo que se fuera a su casa, eran como a las 11 de la noche. Mientras tanto “El Pelón”, confiado de que estaba trabajando, llegó a la casa del “Concho” como a las 12 de la noche, misteriosamente tocó la puerta, la señora le abrió, se metió y estaban poniéndole duro Jorge al niño. De momento tocaron la puerta, los dos cabrones brincaron, la señora contestó:

  • ¿Quién?
  • ¡Yo!
  • ¡Espérame, ahorita te abro!

La señora le dijo al “Pelón”, en voz baja:

  • ¡Es mi marido! Métete debajo de la cama! Así como estás. 

“El Pelón” metió toda su ropa, la señora, muy tranquila, abrió la puerta. “El Concho” le preguntó:

  • ¿Por qué le pusiste seguro a la puerta? Si yo traigo llave.
  • Como sabía que llegabas después de las dos de la mañana, me fueran a dar un susto.

La casa donde vivía “El concho” tenía una sola puerta, cocina y dos cuartos corridos. Le dijo la señora.

  • ¡No prendas la luz! Se vaya a despertar el niño y luego no se quiere dormir.

“El Concho” arrimó una silla para poner su ropa y comenzó a desvestirse.

  • ¿A poco ya te vas a dormir?
  • ¡Sí! Es que vengo bien madreado, me dio chorrillo, quién sabe qué me hizo mal.

La señora no sabía qué hacer, ni qué decir, hasta que se le ocurrió y le dijo:

  • ¡Tengo mucha hambre, Alfonso! Me deberías de ir a comprar unas chalupas!
  • ¡No mames! Tengo calentura, me siento muy mal. Además, ¿dónde quieres que las compre? Todo está cerrado.
  • ¡Ve al centro!
  • ¡No la chingues! Ni que estuvieras panzona, con antojos, tráeme la bacinica, no puedo salir al baño, está haciendo mucho frío.
  • ¿Aquí adentro vas a hacer?
  • ¡¿Pues donde pendeja?! Ya te dije que tengo calentura y con el aire que está haciendo, me vaya a dar neumonía. Mejor atranca la puerta.
  • ¿Por qué no vamos a platicar a la cocina? Mientras me agarra el sueño, cuando tocaste se me fue.
  • ¡Estás loca! Vengo bien malo y todavía quieres platicar, lo que debes de hacer es acostarte, tápate chinga, andas en puros calzones. Te vaya a dar un aire.

La señora se puso el vestido y se fue a la cocina, Mientras tanto el pobre “Pelón” pasaba las de Caín, como  el colchón estaba chipotudo, y el tambor de la cama pando, le apachurraban la barriga, estaba encuerado en el vil suelo y por debajo de la puerta entraba mucho de frío, la señora se hacía guaje esperando que “El Concho” se durmiera, para sacar a su quelite antes de que quedara tieso: lavaba los trastes y se puso a barrer, eso hizo enojar a su señor.

  • ¡Vieja! Con una chingada, vente a dormir.
  • Estoy adelantando el quehacer para mañana, es que voy a ver a mi mamá que está enferma
  • ¡Me cae que te creería si no te conociera que eres una vieja huevona, vente a dormir o te traigo a madrazos!

A la señora no le quedó más remedio que acostarse, muy preocupada por el “Pelón”, no pudo dormir, “El Concho” se levantó a hacer del baño en la bacinica y la metía debajo de la cama, poniéndosela casi en la cara al “Pelón,” que no se podía mover. Por la madrugada, “El Cocho”, comenzó acariciar a su señora.

– ¡Estáte quieto hombre! ¿No qué estás malo?

– ¡Estoy malo de la panza, no de otra cosa!

La señora tuvo que complacerlo para que se estuviera en paz. En cada movimiento que daban en la cama, apachurraban al “Pelón”, que le daban ganas de gritar, 

A las siete de la mañana, la señora se levantó y fue a la mina a sacar un papel, de que estaba enfermo y luego a las 9  llevarlo al Dispensario Médico, regresó corriendo y le dijo a su marido.

  • ¡Dice el médico que no te puede mandar las medicinas, que te presentes ahorita mismo! ¡Apúrate!
  • ¡Que se espere el pinche doctor, estoy malo!

Con toda la calma del mundo “El Concho” se vistió y salió de su casa. Ocultando el nerviosismo, la señora lo acompañó unas cuadras para que no se fuera a regresar, luego entró corriendo a su casa, se asomó debajo de la cama y le dijo al “Pelón”:

  • ¡Ya puedes salir!

El pinche “Pelón” no podía hablar, estaba tieso, la señora lo jaló de las patas para sacarlo, no hablaba, le castañaban los dientes y nada más la miraba, rápidamente la señora le ayudó a ponerse los calzones, el pantalón y su camisa, como pudo lo paro y lo sacó de su casa, todo tullido, más frío que un muerto. 

La señora, mirando que nadie la viera, lo dejó sentado y llamó a la Cruz Roja. 

Lo llevaron al Hospital General, por una pulmonía fulminante, que se alivió de chingadera y se le quitó lo cabrón, se aprendió el noveno mandamiento.