LAGUNA DE VOCES

Uno siempre vuelve, a aquellos lugares donde amó la vida

El centro de la ciudad no ha cambiado. En punto de las nueve de la noche queda casi desierto y el viento aparece con toda su costumbre de fuerza y dignidad. Vivir y trabajar alejado de esa zona mágica de Pachuca, nos hace pensar por momentos que una plaza comercial techada es mejor lugar para no pasar fríos y creer, por lo tanto, que el aire desapareció de un día para otro.

Y por supuesto que no es cierto. 

La Plaza Juárez, la gigantesca caja de zapatos que es Palacio de Gobierno, el teatro que no es el original del antiguo Bartolomé de Medina, la explanada un día y otro también tomada por Antorcha Campesina (en estos tiempos solitaria), lucen sombrías apenas termina la actividad de cada día. Todavía más tenebroso el parque construido en la época de Guillermo Rossell de la Lama.

Algo defiende contra tanta nostalgia la iluminación de los portales, pero la verdad poco. La calle de Guerrero es triste cuando llega la noche, igual que todos sus alrededores. Pero así ha sido siempre y es parte fundamental de su encanto, aunque no pocos salen espantados apenas el sol se oculta.

Por esos lugares hemos pasado infinidad de veces, y es de necesidad que cada uno de nosotros tengamos recuerdos de los veinteañeros que algún día fuimos y las ilusiones, los amores que desembocaron a veces en tristeza, pero también en felicidad que perdura.

Toda la vida de los pachuqueños, nacidos y avecindados, se encuentra en la calle de Guerrero, y hasta de memoria es posible citar los comercios que ahí se encuentran, los que desaparecieron como el de “El Frutas”, los que se acaban de abrir, los que nunca se irán como el puesto de carnitas hoy en nuevo lugar, pero con el mismo sabor y las mismas dependientas.

No hay necesidad de comparar ese espacio con ninguno de otro estado, incluso del propio Hidalgo, para saber que no es de los más bellos, porque sin duda Huichapan es más pleno de monumentos, Ixmiquilpan, Huejutla, vaya pues casi todos donde a un costado se encuentra el edificio de gobierno.

Pero, es un lugar común anotarlo, se trata del lugar donde nos ha tocado vivir, a veces sufrir, pero siempre recordar. Y recordar es la pieza más importante en esto de las comparaciones: nada será igual a nuestros recuerdos. Esos son únicos, vitales para enfrentar el presente.

Por eso uno se queda con calles a lo mejor tristonas como la de Guerrero, plazas en el mismo tenor, pero que han sido nuestras desde que dejaron impresa su belleza, su belleza única que nos hace amarlas.

Y también por todo lo anterior la necia vocación de querer que todo se quede como estuvo. Que nadie se atreva a mover un ladrillo, una banca, una lámpara. Sabemos que eso, una necedad de los que memoriosos se afanan en impedir que le borren las huellas de sus vidas, las señales pertinentes para encontrar el lugar preciso donde amaron la existencia misma.

Sí, es una necedad, pero cada cual lucha a su modo por hacer cierta la posibilidad de la canción, “uno siempre vuelve, a aquellos lugares donde amó la vida”. 

Y si los lugares desaparecieron, luego entonces dónde indagar por los recuerdos, las risas, el llanto, vaya pues el amor que un día cualquiera se descubrió en la sonrisa de la mujer que culminó el paisaje de una ciudad, de un espacio que  hoy mismo nos negamos a que cambie.

Sin embargo ese cuadro que adornamos con esfuerzos de memoria, ese preciso instante en el atardecer de viento y frío, al igual que nosotros, tarde o temprano debe irse, con todo y nuestra necedad de viejos que a toda costa intentamos hacer eternos.

Mil gracias, hasta el próximo jueves.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

twitter: @JavierEPeralta

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