LAGUNA DE VOCES

* El mito de Sísifo

 

El hombre se puede mirar igual que Sísifo, condenado a empujar una roca a la cima de la montaña, verla caer y reiniciar la tarea de volverla a subir. Así, hasta el fin de los siglos. Difícilmente en esta tarea podría encontrarse algún sentido a la existencia, alguna luz que alumbrar la eterna oscuridad.

            Cada cual empuja su propia piedra. De eso no hay la menor duda. Hasta el más santo o demonio sabe que contará con los segundos exactos que Camus cita – allá arriba en la cima-, para saber que hay un horizonte, un cielo, una vida, algo que permita adivinar o inventar la justificación de vivir.

            Sísifo no solo fue condenado al trabajo eterno y absurdo que se menciona en su mito. También le fue quitada la vista. Es decir ningún consuelo en momento alguno, nada que le permitiera entender la razón de lo que no tenía razón alguna.

            Sin embargo el propio autor de “El Extranjero”, termina por encontrar una sonrisa en la boca del hombre que para muchos ha representado el absurdo de la existencia humana.

            Serían segundos apenas, en tanto la roca toca por un momento la cúspide de la montaña y empieza a rodar cuesta abajo. Espacios diminutos con ojos inútiles para ver algo que no sea el dolor por la condena eterna. Pero Sísifo percibe algo, intuye algo y concluye que todo está bien.

            Todos estamos atados a una piedra. Castigados o no por dioses milenarios, la subimos día a día hasta misterioso destino desde el que vuelve a caer y uno con ella.

            Camus está cierto que ante un destino personal que puede ser el de Sísifo, no hay necesidad de uno superior, y por lo tanto así está bien, sin destinos divinos, sin lumbre que arda o coros que canten llegada la muerte. Así está bien. Basta y sobra con el trabajo de subir y bajar con la gigantesca roca. Así está bien.

            La primera gran comparación de estos trabajos sin sentido, sin rumbo, sin algo que explique su grandeza, es el de los obreros de una fábrica, condenados hasta la eternidad a empujar una palanca, soldar un metal, cerrar una puerta día a día, semana a semana, mes tras mes, año tras años…

            Y lo mismo sucede en lugares donde la tarea se repite, hace eco eterno.

            Luego entonces, ¿qué sentido, qué impide tirarse de cabeza en lo alto de la montaña?

            Parece ser la roca, amarrada por voluntad propia a las manos, piernas, torso de Sísifo. Sin ese elemento fundamental no se entiende nada, no existe posibilidad alguna de salvación.

            Se debe buscar entonces y a toda costa una luz, la que sea, que nos haga comprender que no somos el hombre ciego condenado a empujar una roca hasta la cima de una montaña, escucharla caer y reiniciar la tarea de volver a subirla hasta el fin de los siglos.

            Y si lo somos, como seguramente descubriremos algún día, poder decir con la paciencia que describe Camus, “está bien”.

            Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

Todos estamos atados a una piedra. Castigados o no por dioses milenarios, la subimos día a día hasta misterioso destino desde el que vuelve a caer y uno con ella.

            Camus está cierto que ante un destino personal que puede ser el de Sísifo, no hay necesidad de uno superior, y por lo tanto así está bien, sin destinos divinos, sin lumbre que arda o coros que canten llegada la muerte. Así está bien. Basta y sobra con el trabajo de subir y bajar con la gigantesca roca. Así está bien.

 

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