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Letras y Memorias

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Rodilla en tierra, cabeza en alto

  • En memoria de George Floyd, y de todas las víctimas de un sistema que los ha violentado a diario, sin la posibilidad de alzar la voz

La pasada semana un nuevo acto de violencia racial sacudió al mundo y puso en llamas a Minneapolis: la muerte del ciudadano George Floyd, a manos -o mejor dicho, “a rodilla”- de un oficial de policía de esa ciudad.

“No puedo respirar”, fue la última frase de Floyd antes de que perdiera el conocimiento y falleciera más tarde.

Debido a los testigos de la brutal escena que documentaron todo, las reacciones no tardaron, generando una ola de tendencias en redes sociales y de movilizaciones que en un inicio tomaron Minneapolis, y se extendieron hacia otras ciudades de Estados Unidos y el resto del mundo.

Las protestas mostraron en su comienzo una serie de congregaciones afuera del edificio del Departamento de Policía local, luego en el Palacio del Ayuntamiento, después en otros puntos del país, en lugares como Berlín o París; celebridades se unieron a este exhorto por la equidad sin distinción racial, y los inmuebles en llamas alumbraron la esperanza de justicia no sólo por George Floyd sino por todas las víctimas de opresión.  

Ahora bien, ¿hacia dónde vamos con todo esto? Sencillo: hacia una visión más amplia de lo que este hecho detonó, porque incluso nuestro país se vio envuelto en la corriente de opiniones favorables y en respaldo de Floyd y de la comunidad afrodescendiente en norteamérica y el mundo.

Algo “me brinca”, como comúnmente se dice. Y no, el asunto no es que estas protestas estén mal, o que las muestras de apoyo de nuestra gente, de nuestros mexicanos, no valgan dentro del movimiento como forma de indignación, no.

Lo que resulta absurdo es que una patria históricamente racista, clasista y excluyente, como la nuestra, tenga que esperar un acto foráneo de abuso de poder, para rasgarse las vestiduras y poner el grito en el cielo, cuando en nuestras calles, en nuestras ciudades y estados, a diario se cometen abusos de igual o similar magnitud. 

¿O es que acaso no nos hemos dado cuenta de cómo se generan y reproducen modelos de discriminación en los medios? Pareciera que no hemos notado que en los anuncios publicitarios se nos vende la idea equívoca de aspirar a ser caucásicos, cuando el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), apunta que dos terceras partes de la población se autodescriben como “morenas”.

Pareciera que no hemos asimilado que en las calles, en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana, términos como: “prieto”, “negra” o “indio”, son empleados para referirse de forma peyorativa a alguien, y en efecto, es de los peores “insultos” que uno puede recibir.   

Se nos ha olvidado que frases como “el pobre es pobre porque quiere”, alude a un pensamiento generalizado que castiga a la pobreza y la vincula con la flojera, cuando la realidad es que ésta debiera ser vinculada con la brecha de oportunidades y derechos que violan las garantías sociales.

¡Vaya! Hasta hemos olvidado que hace no mucho, nos colgamos de la figura de Yalitza Aparicio para atacar al clasismo y presumirla como una “mexicana chingona”, sólo hasta que en el resto del mundo la asumieron así, porque antes de eso, mis queridos arios mexicanos, no la bajaban de “gata”, “india” y “criada”. 

Y no, puede que una cosa no tenga que ver con la otra, o por el contrario, puede que estén más cercanas de lo que creemos. Porque entonces qué falta de criterio tenemos, si usamos la etiqueta #BlackLivesMatter, pero poco nos importan las condiciones de desigualdad y olvido en que viven nuestros pueblos originarios; bien poco nos importa que los obreros de este país ganen una miseria, sean explotados y además sean ofendidos por no tener los privilegios de unos cuantos que, ¡háganme el favor!, salen a protestar contra el “comunismo mexicano”, apelando justo a ese privilegio y presunta superioridad moral, intelectual y social que creen que le hará bien a un país que está sumido en la pobreza, y en donde a diario existen mártires enterrados.

Puede que al final del día el estandarte que una a los pueblos y naciones, haya sido detonado por la penosa muerte de un ciudadano afroamericano de Minneapolis, y si es así, entonces que su muerte no sea en vano, y que se derrumben todas las instituciones si es necesario, con tal de que la justicia llegue.

Pero si George Floyd no es ese mártir, entonces no esperemos otro acto foráneo, cuando basta mirar a un niño indígena siendo violentado al intentar comerciar algo, o a la mujer artesana que es mal vista por ser morena y aspirar a comer un poco en alguno de esos establecimientos que parecen reservados para unos cuantos.

Que después de esta ola de indignación y rabia, no se nos olvide que las personas de tez morena, seremos vulnerados o calificados de forma insultante, sólo por el color de nuestra piel. 

Muchos en redes dicen indignarse por la muerte de Floyd, y celebran que las llamas cubran las calles de ciudades del país vecino; pero leen las cifras de feminicidios en México y la vista la giran a otro lado, y ven monumentos rayados por feministas y quisieran tomar la revancha en sus propias manos porque “esas no son formas”; en fin, la hipocresía… 

Esa misma hipocresía de quienes golpean sus pechos diciendo: “Justicia para George Floyd” y “Las vidas negras importan”, es justo lo que “me brinca”, porque antes de abanderarnos en un movimiento externo, nuestra labor, en México, debiera ser una para que las vidas de las minorías (que en realidad son una mayoría) de verdad importen tanto como la del afroamericano que mucho nos dolió y enfadó el lunes pasado.

¡Hasta el próximo martes!

Postdata: Seguimos queriendo justicia para Floyd, pero también para nuestros pueblos originarios, y queremos también justicia para la clase obrera que sostiene y mueve a este país, y aún queremos justicia para todas las víctimas de un sistema que día tras día, oprime minorías.

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