En el Madison Square Garden, un entorno más conocido por los conciertos de rock, Francisco habló la noche del viernes de Dios. “Dios vive en nuestras ciudades, la Iglesia vive en nuestras ciudades… anunciando las maravillas de Aquel que es Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz”, dijo en una misa concelebrada ante 20.000 personas que le recibieron con una ovación y que a lo largo de la ceremonia acabaron llorando de la emoción.
Como si este anciano de 78 años con ciática y voz débil fuera una estrella. Y, en cierto sentido, lo es. En EU, Francisco ha puesto sobre la mesa el problema de la desigualdad, en un momento en el que la sociedad de ese país vive sus mayores diferencias de renta en cuatro décadas y media. Pero lo ha hecho en su estilo: con una enorme humanidad. Y eso volvió a quedar de manifiesto en su misa, en la que, más que de dar lecciones, Bergoglio trató de comprender a los demás.
“Vivir en una gran ciudad, dijo el Papa, es algo bastante complejo: contexto pluricultural con grandes desafíos. Las grandes ciudades son recuerdo de la riqueza que esconde nuestro mundo: diversidad de culturas, tradiciones e historias”. Recordó: “Dios camina por nuestras calles”.