Todos los días aprendemos
A propósito del Día del Maestro que se “celebró” el pasado viernes, vino a mi cabeza una sensación de vacío al dimensionar lo que esta pandemia ha generado en la cotidianeidad de todas y todos.
Lejanos quedaron esos momentos en donde uno era partícipe de las celebraciones en honor a los gurús de la enseñanza, cuando al son de diversas tablas rítmicas, movía el escueto cuerpo intentando rendir el tributo suficiente para quienes nos iluminaban con nuevos conocimientos.
Y, escribo sobre esto, porque por extraño que parezca, noto que en plena era tecnológica, lo que en un momento mágico al sentirnos cerca de personas distantes, ahora ha creado una barrera que frena lo cálido del contacto humano, enfocado a la enseñanza.
Un año atrás, celebraba mi primer Día del Maestro en compañía de las alumnas y alumnos que no sólo me ponían a prueba sesión tras sesión, sino que me mostraban lo humano que es enseñar y motivar; como en aquel día cuando Max se acercó para pedirme consejos sobre crear historias, o cuando Levid me mostró sus mejores pasos de baile; un año atrás festejaba con mis alumnos hablando de Star Wars y charlando sobre fútbol y esquemas tácticos porque, a veces eso es la enseñanza: salir de la cuadrada planeación y del temario carente de sentido, para conocer a su rebaño y saber por qué camino guiarlos.
La labor de un docente, sin importar el nivel en donde éste se pare a compartir conocimientos, está infravalorada, viene a menos cuando un sistema le impone los temas y los recursos, o los tiempos y formas en que debe abordar sus clases. Y vamos, no es que esté mal que se siga un lineamiento así, lo que desde mi perspectiva está mal es que no se confíe en profesores y profesoras para poder cumplir con la loable intención de iluminar mentes.
Podremos ser o no “portadores de luz”, pero lo que sí me queda claro que somos más que otra cosa, es un grupo enorme de motivadores. Más que alguien que lee y repite programas y revoluciona las aulas, somos un compañero más de esas niñas y niños que, en su afán de aprender y querer comerse a este mundo de un bocado, a veces cometen errores que les parecen imperdonables, cuando la realidad es que esas experiencias habrán de fortalecerse así como a nosotros nos fortalecen sus retos diarios.
Un profesor es también alumno, porque las lecciones que se lleva en cada clase o sesión, le muestran que no se trata de saberlo todo, sino que querer aprender algo nuevo. Todos los días se logra esto, todos los días aprendemos algo nuevo por más minúsculo que parezca.
Y un profesor es también un amigo, alguien que se sienta a ver clips de YouTube o TikTok, y se carcajea con lo que se reproduce en redes actualmente.
Un profesor, desde mi punto de vista, es más que un replicador de programas viejos u obsoletos, es, por el contrario, alguien con el alma dispuesta a ir cabeza por cabeza, de uno en uno, hasta saber qué es lo que mueve esos mundos, y entonces dar un empujoncito a quienes no son el futuro del país, sino la inminente realidad de nuestro presente.
Por ello resulta triste saberse distanciado del rebaño, pero resulta también esperanzador saber que, cuando la nueva vida nos llegue en unas semanas más, ellas y ellos estarán ahí, sentados en esas bancas, jugando y platicando, listos para una nueva aventura de conocimiento, que habrán de dar ellos a uno, porque así como les mostramos cosas nuevas, ellos jamás dejan de sorprendernos.
¡Hasta el próximo martes!
Postdata: Gracias absolutas a mis alumnas y alumnos, porque son ellos la razón de que este errante humano, siga aprendiendo a diario.
Mi Twitter: @SoyOsmarEslava