LA GENTE CUENTA

Desaparición voluntaria 

Una invitación sobre la mesa cambió mi semblante por completo. Martín, quien fuera mi amigo durante aquel paso de la adolescencia a la juventud temprana, anuncia con bombo y platillo que se casará con Tania, su novia de hace algunos ayeres. Y no solo eso: me acaba de ofrecer que sea su padrino. 

-¿Qué te parece? –un Martín emocionado me pregunta del otro lado del auricular. Yo solo me quedo pasmado con el teléfono en la oreja. 

-Vaya… me agrada… -apenas alcanzo a contestar. Para él, eso significa un

Dejé de ver a Martin cuando decidí entrar a la universidad, cuando me alejé de mi terruño para prepararme como abogado. Me prometí a mí mismo que nunca más lo vería de nuevo, por el bien de mi salud mental. Diez años después, no lo logré. 

-Nada más me dará mucha felicidad que verte en ese día muy especial. He esperado mucho este momento. 

-Sí, me imagino –la emoción de él no compagina con la mía-. ¿La vas a hacer allá por donde vives, verdad?

-Claro que sí. Bueno, te dejo, Aún quedan muchas cosas que planear, tú y yo tenemos muchas cosas que platicar, y como lo podrás ver, la boda es en un mes. Espero puedas venir, amigo. 

Pero de repente, su frase siguiente me desarma por completo: 

-Por cierto, te manda saludar Tania –Martín finalmente cuelga. 

Un silencio sepulcral invade la sala de mi casa, mientras yo, de pie, trato de digerir todo lo que sucedió hace más de cinco minutos. El timbre me saca de mi ensimismamiento. Es Marco, mi compañero de trabajo. 

-Oye, parece que acabas de ver a un fantasma. Te ves muy pálido. ¿Estás bien? 

-Sí, un poco… -le contesto mientras lo dejo entrar a mi casa. 

Como es la única persona a la que le tengo confianza, le cuento con lujo de detalle aquella llamada entre Martín y yo. 

-Pero… no entiendo. ¿Por qué no quieres ser su padrino de bodas? Deberías sentirte afortunado. 

-Ese no es el problema –hago una pausa dramática antes de confesar todo-. Hace más de 10 años, Tania y yo tuvimos una aventura mientras ella comenzaba a salir con él. 

Volvió aquel silencio. La cara de Marco intentaba sugerir que toda mi confesión se trataba de un chiste de mal gusto. Realmente no lo era. 

-¿Y él lo sabe?

-¿Cómo querías que se lo dijera? Él era mi mejor amigo, pero ella y yo teníamos una seria atracción. Martín la ama demasiado… 

Marco trata de intuir lo que sucedió después. ¿Y luego? 

-Entonces, tú no le dijiste nada. Y para no volverte a entrometer en su relación, supongo que… 

-Así es –me adelanté a su respuesta-. Tuve que irme de la ciudad. Tuve que desaparecer. 

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