SER CAPACES DE LOGRAR LO QUE ESPERAMOS

Cuando apenas estamos tratando de digerir un escándalo en las altas esferas del poder en nuestro país, ya estalla en nuestras narices el siguiente. Tal parece que a la falta de capacidad para dirigir los destinos de la nación se agrega la incapacidad para controlar a los monstruos desatados por el juego fascinante pero peligroso de los intereses que se enfrentan cotidianamente, hambrientos como tiburones en medio de un cardumen de peces.

 

Lo singular de la situación está en que no sólo resulta que la mayor parte de las víctimas siguen siendo las de siempre: anónimos e inermes mexicanos impotentes ante el avasallamiento del poder delincuencial encubierto desde el poder público; sino que la violencia sistemática, se va filtrando hacia los estratos superiores de la sociedad quienes ven sus intereses y hasta sus vidas peligrar tanto como los de cualquier hijo de vecina.

Sorprende y desconcierta a la vez constatar que la forma en que se conduce el país y se ejerce la justicia en México muestre una gran la incapacidad de la clase política, a pesar de que sus fórmulas sean tan viejas como el país mismo. Para nuestra fortuna, llegamos a decir, la revolución en las comunicaciones proporcionó la oportunidad de limitar los excesos del poder mediante la circulación casi instantánea de los acontecimientos sucedidos en toda la sociedad, incluyendo los espacios del poder público.

Sin embargo, las inconformidad demostrada en las redes no es suficiente para que quienes detentan el poder público reaccionen en serio y antes bien, lo que se demuestra a diario es que, aún con la denuncia y el descrédito encima, nada ni nadie impide a los grupos mafiosos dentro del estado burlar la ley y atropellar impunemente los derechos de los ciudadanos.

México se va atrasando terriblemente de la civilización democrática, y no por falta de recursos, de capacidades técnicas o de recursos humanos, todo ello de sobra lo tenemos. Como hace cien o doscientos años, nuestro país parece prosperar tanto o más que muchos otros lugares del mundo; pero como entonces nuestro progreso es ruinoso, falaz, costoso en términos de auténtico desarrollo humano . Tras doscientos años, la actual oligarquía en el poder detenta privilegios similares a los que aseguraron las oligarquías criollas sobrevivir con la independencia iturbidista. Porque hoy como entonces, la estructura social sigue siendo la misma, con una mayoría social empobrecida, sometida y burlada en sus más elementales derechos y una clase privilegiada que mantiene su poder a pesar de las numerosas reformas y revoluciones acontecidas en nuestra historia.

Una y otra vez, como maldición histórica, los avances obtenidos ayer parecen desmoronarse en el presente. Creímos entrar a una nueva etapa de nuestra vida nacional hace treinta años con el llamado ‘sistema de partidos’ y hoy vemos que lo poco alcanzado retrocede al pasado cavernario. La impunidad y la corrupción son el pan de cada día y la represión a las reacciones en su contra alcanzan niveles que creíamos parte de un pasado oprobioso y ya sepultado.

Pero esa vuelta a la vida del autoritarismo y la impunidad no solo es responsabilidad de los pudientes, sino de todos aquellos que de manera pasiva o activa coadyuvamos para apuntalar su regreso.

Mientras que en Guatemala hemos visto que la sociedad ha sido capaz de enviar a su presidente a la cárcel, en México no es posible tocar ni con el pétalo de una rosa ya no solo al encargado del ejecutivo, sino a sus más cercanos colaboradores, a su cohorte y a su familia, a jueces prevaricadores, fiscales mendaces, policías torturadores, militares violadores de los derechos humanos, gobernadores impunes o presidentes municipales prepotentes, cuyo poder forma una enorme maraña que se auto-protege a sí misma. Está visto que aquí no es Guatemala, sino Guatepeor.

No sabemos el desenlace que tendrá ésta historia, pero lo importante es que busquemos con afán la naturaleza del mal que nos aqueja desde nuestro nacimiento. Seamos por lo menos, capaces de mantener esa esperanza; no caigamos en el desaliento, en la indiferencia o en el cinismo escenográfico de quienes la han reducido a través de los años en un espectáculo grotesco, vacío de sentido y carente de valor. MINTIERON. VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS, YA.

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