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UN INFIERNO BONITO

“LA TAMALERA”

POR: EL GATO SECO

A la señora Toña, la tamalera del barrio, le había ido como en feria, su marido Fortino, desertó de su hogar, ya no quiso mantener a sus hijos, dejándola endrogada con la luz, la renta y abonos de la cama, pero a pesar de todo a la señora se le veía sonreír, era amable con sus clientes, al despachar los tamales, que a veces le salían pintos por los corajes que hacía con sus hijos.

  • ¡Buenos días, Toñita! Deme tres tamales verdes y dos de rajas.
  • ¡Buenos días, Julita! En un momento se los despacho. ¿No le ha caído agua?
  • ¡Que va! Esos cabrones cobran pero no la ponen, ya llevamos una semana sin una gota.
  • No se enoje, en la mañana antes de que cante el gallo, me voy hecha la chingada, por unas cubetas a la mina de San Juan.

Doña Toña era chaparrita y gorda, cuando despachaba los tamales se movía de un lado a otro sin despegar los pies del suelo.

  • Aquí los tiene Julita, envueltos en el periódico de hoy, para que se entere de los chismes, mientras se los come.

A doña Julia diariamente se le veía por las mañanas y tardes sentada junto a su bote de tamales, los que no vendía se los daba a sus hijos, estaban empachados porque los comían tres veces al día y le protestaban.

  • Yo no quiero tamales mamá, desde ayer tengo chorrillo, me sacaron de la escuela porque me ganó en los calzones.
  • Pues los tienes que comer a huevo, la pobreza en que vivimos me hace aplicarles la “Ley de Herodes”.

Doña Toña siempre esperaba a un cliente favorito, un señor viejo grandote y flaco con las piernas arqueadas, ojos azules, de piel blanca y pelo rubio, descendiente de españoles, no tenía familia, vivía solo en la calle de Bravo. Se cuenta que cuando se fueron los españoles, se les olvidó llevárselo. Caminaba muy despacio, como si se hubiera zurrado y hablaba muy españolado.

  • ¡Buenos días, Toñita! ¿Cómo amaneció?
  • Bien, don Gervasio, ¿Qué pasó con usted? Ayer le aparté sus tamales y como no vino, se los di a mi gato, como estaban picosos como a usted le gustan, el pobrecito hasta la lengua sacaba.
  • ¡Ay! Toñita, discúlpeme, con estos fríos que hacen, me dio una reuma y no pude levantarme temprano.

Don Gervasio movía la pierna estirándola y encogiéndola, al mismo tiempo se sobaba la rodilla.

  • Tenga mucho cuidado, don Gervasio, en este pueblo cohetero, ya no se sabe cuándo hace frío, calor o llueve.
  • ¿Y “La Nena”?
  • Se fue a la escuela, es muy estudiosa.

Al referirse a “La Nena”, don Gervasio preguntaba por Margarita, la hija mayor de doña Toña, tenía 15 años de edad y estaba muy desarrollada, le gustaba mucho al señor.

  • ¿Cuántos tamalitos va a llevar?
  • Deme 3 verdes y 3 de jitomate.

Cerca de donde estaba don Gervasio comprando los tamales, varios muchachos jugaban una cascarita de futbol, pateaban la pelota con todas sus fuerzas, sin importarles a quién le pegaban.  Doña Toña envolvía los tamales a don Gervasio, cuando uno de los muchachos dio un chute largo. La pelota se fue derechito a la cabeza del viejo, al pegarle lo tumbó hacia atrás, cayendo de nalgas, la espalda le ganó, pegándose en la cabeza contra el suelo, que sonó a bote viejo, aventando los tamales. Doña Toña, muy enojada, les mentó la madre a los muchachos y les dijo:

  • Muchachos cabrones, ya tumbaron a don Gervasio, lárguense a jugar a otro lado.

La señora Toña no sabía si juntar los tamales o ayudar a don Gervasio, que  desesperado, buscaba un apoyo para pararse, la tamalera levantó al viejito, tomándolo de los hombros, juntó los tamales, se los envolvió y con todo y tierra, se los puso debajo del brazo.

El señor se quedó recargado en la pared, atarantado del golpe, movía la cabeza para todos lados, doña Toña le dijo:

  • ¿Se siente mal, señor? Le voy a traer una silla para que descanse un rato.
  • Gracias señora, mejor me voy, no vaya ser que esos güeyes me den otro pelotazo.

En el barrio, se comentaba que don Gervasio era un hombre muy rico, que en su casa guardaba su tesoro en monedas de oro, pero nadie se atrevía a robarlo porque en su vivienda tenía perros muy bravos.

Esos comentarios eran ciertos, don Gervasio vestía ropa cara y unos botines de gamuza, pantalones de charro muy ajustados, chamarra de cuero. Debido a los rumores a doña Toña, se le había metido en la cabeza la idea de casar a su hija con el señor. Un día le dijo:

  • ¿No te gustaría casarte, hija? Ya estás en edad de hacerlo.
  • Claro que sí, mamá, ¿con quién te gustaría que me casara?
  • Con don Gervasio.
  • ¡Guacatelas! ¿Qué te pasa?
  • El señor tiene mucho dinero, si te casas con él, saldremos de pobres y no vendería tamales. ¡No seas mala hija! Cásate con él, don Gervasio te quiere a la buena, diario me deja pagados dos tamales para ti.
  • ¡No la amueles, jefa, el señor ha de tener como cien años!
  • Ochenta y nueve, no le aumentes, imagínate si te casas con él, andaríamos muy bien vestidos y nos iríamos de este mugroso barrio, tus hermanos estarían en una escuela particular y tú manejando un coche último modelo, paseando a tu señor.
  • ¡Ni lo pienses, mamá! No me casaría con él, ni por todo el oro del mundo.
  • Piénsalo hija. Al morirse, tú serías la heredera.
  • ¡Cállate, por favor, mamá! Si te interesa el señor, cásate tú con él.

Doña Toña hizo el coraje de su vida, su hija la “Nena” la dejó con la palabra en la boca. Al otro día por la mañana, el viejo fue por sus tamales.

  • ¡Muy buenos días, Toñita!
  • Buenos días, don Gervasio,  ¿le doy lo mismo de siempre?
  • Lo mismo, sus tamales están muy sabrosos y llenadores
  • Ah que don Gervasio, usted siempre tan galante.
  • ¿Por dónde anda “La Nena”?
  • Se fue a la escuela.
  • ¡Caray siempre me gana! Por más que le hago por despertar temprano no puedo, abro un ojo y se me cierra el otro, a fin de cuentas, me quedo dormido.
  • Debería usted de buscar una compañera que le caliente los huesos, se me hace que toda la noche no ha de poder dormir de frío.
  • Le atino usted Toñita, el frío me hace temblar como perro chihuahueño y no se me calientan las patas. Precisamente ando en busca de una mujercita y tiene mucho tiempo que le ando echando el ojo a su hijita, así que aprovecho el momento para pedirle su consentimiento de cortejarla.

A doña Toña se le rodaron las lágrimas de la emoción, se puso muy nerviosa:

  • Para mí sería un verdadero gusto, señor. Yo misma le voy a echar la mano para que Margarita le corresponda.
  • Muchas gracias, Toñita, las dos vivirían como reinas.

Pasaron los días, y don Gervasio no se presentó a comprar tamales, por eso se preocupó doña Toña, días después le dieron una noticia:

  • ¡Toñita, Toñita! ¿Ya supo lo que pasó?
  • ¡No! ¿Qué pasó?
  • ¡Se murió don Gervasio!

Al escuchar las palabras de su vecina, por poco se desmaya.

  • ¡No la chingue! ¿Cuándo fue?
  • Ha de haber sido hace algunos días, porque avisaron a las autoridades que de su casa salía un fuerte olor a perro muerto, abrieron y encontraron al señor, lo que nosotros vimos fue que sacaron un baúl lleno de monedas.

Doña Toña se puso negra de coraje, se jalaba los cabellos y lloraba amargamente, pensando que ese dinero se le había escapado de las manos.

  • ¡Escuincla pendeja! Ahorita seríamos ricas.

Pasó el tiempo, la señora buscó la manera de dejar el trabajo de vender tamales y se juntó con don “Goyo”, un señor que le andaba haciendo la ronda y presumía de tener dinero; al poco tiempo de vivir juntos, se dio cuenta que al “Goyo” no le gustaba trabajar.

Así que doña Toña, tuvo que vender más tamales, para mantenerlo.