LAGUNA DE VOCES

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Adivinar las cartas y la vida

“Toma la carta que quieras, mira cuál es y que no se te olvide. Ahora no me la regreses…”

Imagino que los días de lluvia son el mejor pretexto para aprender magia. Todos, cuando infantes, quisimos hacerlo un día cualquiera, y nos quedamos boquiabiertos cuando algún conocido podía cambiar frente a nuestras propias narices la denominación de una baraja.

-Toma la carta que quieras, mira cuál es y que no se te olvide. Ahora no me la regreses. Ponla boca abajo en la mesa y aplástala con tu mano para que no se vaya. Hazlo con fuerza porque cuando menos te des cuenta ya se escapó.

Hacíamos lo que el vecino del departamento donde vivíamos nos indicaba. Era un as de corazones sin duda alguna, perfectamente dibujado en la carta encerada.

A los pocos minutos ordenaba con voz enérgica: “¡levanta tu carta y dime si es la misma que viste antes de que la pusieras en la mesa!”.

Era otra, pero eso era imposible. Una cosa es que a uno le pidan que la regrese al montoncito, que nos pida barajar el mazo de 53 figuras, que con la devuelta suma el misterioso número 54. Pero aquí nada de eso fue solicitado, así que resultaba un hecho, que de plano rayaba en algo imposible de explicar de alguna manera racional.

Por supuesto nunca quiso explicar cómo le hacía, y accedió a repetir el triunfal acto tres veces, cabalísticos y definitivos para asegurar junto con mi hermano que seguramente era un brujo, y de alguna manera nos había hipnotizado sin darnos cuenta.

Dividí entonces los que hacen juegos de cartas, y aquellos, muy pocos, que logran contactar poderes de otro universo para burlarse de aquellos que nunca de los nuncas habrían de saber, cómo pudieron cambiar un naipe que cuidábamos con enfebrecida decisión de no ser sujetos de burla.

Tal vez podía detener el tiempo antes de que nuestra mano aplastara la carta contra la mesa, y en ese justo instante deslizaba otra, para luego volver echar a andar de nueva cuenta la maquinaria de los segundos.

Eso puede ser, pero está claro que resulta una explicación que a nadie convence, porque también tendría que demostrarse que el andar de la vida puede ser detenido al atojo de cualquier mortal, y en definitiva quien tuviera ese poder lo utilizaría con otro fin ajeno a la baraja.

Pero de que la magia existe, seguro que existe, no hay vuelta de hoja.

Queda reservada a unas cuantas personas, elegidas desde el nacimiento, portadoras de una estrella brillante en la frente, ojos endemoniadamente propiedad de los dioses del azar y las adivinaciones.

A lo largo de muchos años quise saber si en cursos por correspondencia encontraría la explicación a semejante acto de prestidigitación, sin resultado alguno. En estos tiempos de la modernidad del internet tampoco, así que por momentos me he visto en la tentación de dar por terminada esa búsqueda.

Hace unos días recibí un correo que decía: “yo sé el secreto del naipe que cambia, pero el que cambia no es una simple carta, es todo en un instante. Y no, no es un simple truco, es algo más”.

La persona que firmaba prometía explicar más a fondo el asunto, siempre y cuando observara una nueva forma de ver la vida en el que durante toda su vida había investigado el asunto. 

Eso llevará mucho tiempo, pero como nunca tengo la esperanza de que, por fin, empiece a entender un poco eso que llaman la magia de la vida.

Así lo espero.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

twitter: @JavierEPeralta