LAGUNA DE VOCES

  • Juega el viento de abril

A mi madre le encantaba cantarme “Las Cerezas” de los hermanos Carrión.
Tendría cinco años y seis meses, y pasados otros 51, cada vez que la escucho me trae a la memoria un tiempo en que estuve seguro de lo que el futuro me traería. Acostumbro buscarla en internet, detener un rato el paso y reconfortar el día, hacerlo luminoso con todo y que de pronto se sueltan lluvias y granizadas, simplemente al son: “que las cerezas están maduras eso lo sé…”.

Abril es un mes que la tradición viste de grandes expectativas, y la realidad de adioses. Aunque la verdad es que pasados los años uno empieza a comprender palabras que se hicieron nada durante la adolescencia y juventud.

Si de algo sirve la muerte de un ser querido, es porque es una oportunidad para reconciliarse con la existencia, empezar a medir con racionalidad la diminuta línea de nuestro paso por el único viaje en el que se nos ofrece la oportunidad de construir una historia, la nuestra.

A mi padre le encantaba escuchar “Paso del Norte”, y se imaginaba seguramente aquella ocasión que decidió irse de bracero para finalmente regresar al pueblo, y confirmar el amor absoluto por su familia. Sin embargo cada vez que podía la tarareaba, la disfrutaba con todo y la nostalgia que a veces una simple canción nos puede traer a la memoria.
Igual que Aurora, mi madre, se fue un mes de abril, apenas con unos días de diferencia, y por lo mismo el cuarto mes de cada año se ha convertido en una fecha plena para la memoria.

Cuando un Papa muere, el anuncio fundamental se concreta a decir que, “regresó a la casa del Padre”. Y de pronto es posible comprender que el viaje real era este, la vida,;corto, diminuto, pero al final de cuentas un viaje en que es posible elegir entre destinos luminosos o todo lo contrario.
Es deber elegir los que nos ofrecen la certeza de la felicidad, y esa solo es posible cuando nunca nos cansamos de amar y tener la capacidad de que nos amen. De otro modo la vida, siempre tan fugaz, pierde el sentido fundamental para convertirse en algo que acabamos por no entender.
Eso me deja el mes de abril.

Hoy, pasados 51 años de que mi madre regresó a la casa donde todos volveremos algún día, estoy seguro que entiendo más las cosas, que el sueño de tristeza en que un niño puede caer cuando es niño y pierde un amor tan entrañable, de pronto dio paso a un despertar que hoy me dice no es tarde para comprender las cosas.

Mi padre se fue también en abril, tranquilo, satisfecho de lo que había hecho, y como último gesto de amor a sus hijos, dejó esa forma en que vivió, sencilla, simple para ser feliz con lo que cada día ponía a su alcance. 

La misma muerte la concibió siempre como un hecho más en la vida, parte de la misma, fin del pequeño viaje que se empeñó en disfrutarlo con el alma de un hombre que hasta el final de sus días extrañó la pequeña laguna del pueblo, el parque diminuto, la iglesia de San Miguelito, el crucero que llevaba de la carretera al centro sin gente, la tienda de don Ranulfo, su casa de tapanco misterioso. Ya en la ciudad, la madrugada, la plática con el taxista que lo llevaba al aeropuerto, los pasillos de piso pulido donde pasó 40 años y subirse a un avión pasados 30 y tantos.

Disfrutaba lo que tenía a la mano. Igual que el recuerdo de Aurora, su esposa. Disfrutaba la vida para poder recibir con tranquilidad, satisfecho, la muerte.

Eso es abril, el cuarto mes del año. Así que no es ahora tristeza, sino la simple y sencilla vocación de mirar con alegría este viaje diminuto, antes de regresar, ahora lo entiendo, a la casa del Padre.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

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