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50 años de silencio por matar a un hombre

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Mochilazo en el tiempo              

La Catedral Metropolitana, obra representativa del Virreinato y testigo de buena parte de la historia de la Ciudad, comenzó a construirse en 1571, y fue concluida en 1813. Cada una de sus campanas, cual individuos, reciben un nombre

 

El señor Ángel Miguel se coloca unas orejeras de color rojo para cubrir sus oídos; ya ha subido, por las escaleras de roble que datan del siglo XVIII, a una de las partes más altas de la torre poniente de la Catedral Metropolitana. Faltan diez minutos para que sean las 12 del día. Toma la cuerda atada al badajo (pieza que cuelga al interior de una campana, la cual se golpea para hacerla sonar), y en instantes comienza a dirigir el toque de El Ángelus, repiques en honor a la Encarnación de Cristo.

Dos campaneros más lo acompañan: uno tañe, en la misma torre que don Ángel, a Santa María de la Asunción, llamada popularmente como Doña María, la campana más antigua del recinto: se fundió en 1578 y pesa siete toneladas; otro, las 23 campanas, todas unidas por una cuerda, de la torre oriente; don Ángel, a Juan Diego, la más joven, pues se fundió en 2002 con motivo de la canonización del ahora santo por el que lleva su nombre y pesa 1.3 toneladas.

Don Ángel se inició en el oficio de campanero de manera inesperada. Un día, de hace 12 o 14 años —no recuerda con exactitud—, acudió a misa a la Catedral. De pronto, un hombre, que dijo ser empleado del recinto religioso, se acercó a la banca en la que don Ángel escuchaba al padre y le preguntó si no quería unirse a la pastoral de campaneros. No lo pensó y tras asentir lo llevaron con el campanero mayor para que lo entrevistara. En cuestión de días ya se encontraba aprendiendo a tañer las campanas.

“Nunca volví a ver a ese hombre. No sé qué pasó con él, pero desde entonces todos los días estoy aquí”, relata don Ángel al pie de las escaleras de caracol de la torre oriente. Justo antes de empezar su relato sobre la campana Castigada.

Dicha campana es de tipo esquila, que para sonar tiene que dar una vuelta de 360 grados. Le pusieron el mote de Castigada porque en 1943 un campanero despistado, al tañerla, fue golpeado por el contrapeso con tal fuerza que murió. Desde entonces en su cuerpo se le pintó una cruz roja como símbolo de la muerte del campanero y como castigo le fue retirado su badajo para que no volviera a sonar y con una cuerda fue atada. Quedó muda. En silencio permaneció por más de 50 años. Fue en 2000, justo en el Año del Perdón, de acuerdo con la religión católica, que la indulgencia le fue concedida; también fue desatada y le reincorporaron el badajo. Para demostrarlo, don Ángel la mueve un poco para que la escuchemos.

Cada campana de la Catedral recibe un nombre, y su peso se mide en quintales (un quintal equivale a 46 kilos) o en arrobas (un arroba equivale a 11.5 kilos).

La campana mayor de la Catedral se llama Santa María de Guadalupe, fue fundida por Salvador de la Vega en 1791 y es la más pesada: 13 toneladas; su badajo pesa entre 250 y 260 kilogramos.

De acuerdo con el folleto que dan como boleto de entrada al recorrido, aunque desde 1642 se colocó el basamento de la torre oriente y en 1672 el primer cuerpo de la misma, se puede decir que las torres se construyeron entre 1787 y 1791. En su construcción participaron los arquitectos Juan Serrano, Juan Lozano y José Damián Ortiz de Castro.

Las torres tienen aproximadamente 67 metros de altura y cada una tiene espacio para 28 campanas, dando un total de 56 espacios. Sin embargo, en la actualidad sólo hay 34: 23 en la oriente y 11 en la poniente. “Hay una campana más, la Santa María Magdalena, pero esa se encuentra en el cuerpo de la catedral y es pequeña”, explica don Ángel.

Fue en 1524 que Hernán Cortés mandó construir una primera iglesia en los terrenos que ocupan hoy la Catedral. Esa pequeña iglesia, que Héctor de Mauleón en una de sus crónicas llamó la Catedral primitiva, se convirtió en la catedral, pero muy pronto resultó insuficiente; por lo que en 1571 el tercer arzobispo de México, D. Pedro Moya, y el virrey Martín Enríquez colocaron la primera piedra de la actual Catedral. La construcción la inició Claudio de Arciniega y Juan de Cuenca. Así, el 22 de diciembre de 1667 se terminó el interior del edificio.

Fue en 1793 que el arquitecto y escultor valenciano Manuel Tolsá recibió la obra, ya otros arquitectos que participaron habían muerto entre planos y piedras. Tolsá tardó 20 años en concluir la Catedral Metropolitana. Así, en 1813 dio fin a los trabajos del exterior del recinto, añadió elementos del estilo neoclásico y realizó las esculturas de la Fe, la Esperanza y la Caridad, las cuales rematan al reloj.

Por eso, la Catedral se convirtió en una de las obras más representativas del Virreinato. No en vano, su edificación inició con el colonizador Hernán Cortés y fue concluida cuando la guerra de Independencia estaba arrancando.

Fue en 1937 cuando el arzobispo Monseñor Luis María Martínez y Rodríguez ordenó la construcción de estas criptas justo debajo del altar principal para resguardo de los restos de cada uno de los arzobispos de la Arquidiócesis de México. Aunque también en el subsuelo de la Catedral se reguardan decenas de vestigios prehispánicos, pues ésta fue construida sobre la gran pirámide de Quetzalcóatl. Algunos fueron encontrados durante las excavaciones de restauración, en 1940; pero no se exhiben al público porque no existen las condiciones de seguridad para su ingreso.

El 17 de enero de 1967 la Catedral Metropolitana ardió en un gran incendio. Difícil creer que aquella quemazón destruyó el Altar del Perdón, el coro, así como extraordinarias pinturas del siglo XVI, dos valiosos órganos y muebles de gran valor artístico. Reponer todo aquello resultó una labor titánica, pensé.

Así, cuando finaliza la visita, don Ángel nos despide por las escaleras de la torre poniente. Comienza a prepararse para los grupos que nos seguirán y para los toques que restan del día. Nos dice adiós con una sonrisa. Bajamos 68 escalones de nuevo, ahora de la torre poniente. En el caracol de la escalera retumba el susurro de los secretos que guardan aquellos muros. La última despedida nos la dan las campanas del reloj que marcan las 12:30.