HOMO POLITICUS
Desde la creación del proyecto manhattan, el planeta no volvió a ser el mismo como tampoco la humanidad.
Como nunca antes se incubó un monstruo social, el hombre descubrió que con la ciencia no se juega y que el entendimiento humano tiene límites; que el egoísmo humano investido de poder político se convierte en poder destructivo y, que la naturaleza humana es proclive al conflicto y que aún no aprendemos a procesarlos y, desde luego, a controlar los intereses mezquinos.
En esta lógica, a 30 años de la tragedia en Chernóbil, ¿qué hemos aprendido?
La respuesta es poco menos que perra, ni madres. Las grandes potencias siguen enfrascadas en una carrera armamentista sin precedentes, no sólo de armas nucleares y, lo que es peor, este poder, es incierto, cualquiera puede cometer un error y generar una catástrofe. No nos engañemos con los acuerdos, son papel, no poder atómico.
En este escenario, ha surgido otro elemento cuyas variables nunca fueron advertidas por las grandes potencias, los países emergentes con poder atómico. Hoy sabemos que Irán y Corea del Norte, cuentan con poder atómico y que no son aliados de Estados Unidos y, que en realidad, actúan como naciones independientes y no tienen mayores lealtades ideológicas, políticas ni económicas y, que sus trazos culturales son bien distintos del mundo occidental, por lo que el peligro se ha vuelto mayúsculo.
De igual manera, sí alguna vez se pensó que Estados Unidos concentra el poder para contrarrestar estas realidades de los países emergentes con poder atómico, este es un absurdo, el principio atómico ya no es un secreto y si un gran monstruo mundial.
Recordemos Chernóbil, para la memoria de un momento doloroso de un pueblo y de la humanidad en ese infausto 1986; que no se nos olvide Fukushima en ese amargo 2011 y, entendamos algo: el hombre es el lobo del hombre.