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LAGUNA DE VOCES
Antes de que termine el año, es de buena educación y sentido común, dar gracias porque, así lo creemos, llegaremos a la noche en que se anuncia el nacimiento del 2024. Son cosas de la edad, es verdad, pero sobre todo de la realidad, que nos acomoda en el lugar donde debemos estar, nos aclara el pensamiento y, en no pocas ocasiones, deja al que juraba ser eterno, con una sola certeza: el paso por esta vida es único, precioso, pero se acaba, sin que esto deba representar un mar de llanto o pensamientos lúgubres.
No. Simplemente que, justo cuando comprendemos la magia que implica respirar, levantarse por las mañanas, y buscarle el sentido a las cosas, llegan avisos plenos de verdad, porque nos dicen que oportunidad solo ésta, al menos cien por ciento confirmada, de tal modo que no se vale aplazar y aplazar los sueños, porque con toda seguridad después no habrá ni voluntad, ni fuerza para empezar el trayecto para alcanzarlos.
Confirmo lo que me decían cuando estaba por llegar a los 50 años: una vez que llegas a esa edad, miras desde lo alto de la resbaladilla el mundo, paladeas el sabor único de las alturas, son apenas unos segundos en la escala del tiempo eterno, y después te deslizas hacia un lugar que nunca nombras, pero sabes, existe. Es apenas un respiro, un resuello como de los que saben que están por irse. Pero también es único, tal vez solo comparado con el que uno hace al nacer. Pasa vertiginoso el paisaje, lo miras con admiración, porque finalmente, sabes apreciar lo que vale la pena de lo que no. Te emocionas, y es que descubres también que ser tan efímeros es una bendición, y que no sorprenderte, no emocionarte de la bondad, del amor, de la sinceridad, solo llevaría el camino a una amargura sin límite.
Además, tal vez no de repente, pero sí con absoluta certeza, dejas de ser temeroso, prácticamente de todo, porque entiendes que todos nos tenemos que ir, pero sin lamentaciones, sin gritos de desesperación, sí en cambio con la tranquilidad que te ofrece haber corrido con la suerte de llegar a casi viejo, o viejo de plano, para entender, por fin, el motivo y razón de tu paso por el mundo, el universo, esto pues que llamamos nuestra realidad.
Porque buena parte de la existencia humana se nutre de miedos, a veces a todo y nada, pero en muchos casos funcionan precisamente para llegar a una edad adulta. Resulta que, de más joven, andar sin miedo a nada, adelanta la despedida, aunque la verdad sea dicha, cada cual se va cuando así debe de ser, eso sí con más dolor si su despedida antes que uno.
2023 ha sido un año especialmente doloroso, pero también cercano a una actitud que, cuando menos, permite trabajar en la voluntad para entender lo que antes simplemente uno no quería, no aceptaba.
Contra todo lo que creíamos como verdad absoluta, nos damos cuenta que las ideologías políticas y de tipo social, no resultaron lo que pensábamos, lo que añorábamos, lo que nos había creado ilusiones que, hoy sabemos, fueron eso: ilusiones, y qué bueno, porque solo desembocaron, donde se les tomaron en serio, en dictaduras sin pies ni cabeza, en enfermos de poder que lo heredaron hasta la eternidad.
Pero también el 2023 nos dejó la lección única y vital de quienes nos dijeron con sinceridad cierta, única, que el amor es la única moneda siempre valiosa, siempre vital, siempre el camino a caminar; hasta que un día detengamos la marcha para decir: es tiempo, han sido un gusto, gracias.
Mil gracias, hasta mañana.
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