2016 no pinta bien para el gobierno ni para los ciudadanos

Hemos llegado al fin de 2015 y las proyecciones comienzan a enfrentarse a la cruda realidad de un país, el cual se ha ido diseñando más bajo la lógica de las cifras macroeconómicas, con las cual se mide en Wall Street el desempeño de la economía nacional, que sobre la realidad que viven los más de 121 millones de mexicanos, y entre ellos los más de 55.3 millones que viven bajo condiciones de pobreza.

 

Las cámaras empresariales han comenzado a discrepar del optimismo del gobierno federal sobre el comportamiento de la economía. En esta semana que inicia, la Confederación de Cámaras Industriales (CONCAMIN) ha señalado que México enfrentará un escenario complicado en 2016, tanto en el contexto nacional como internacional, provocado por el desplome de los precios del petróleo y del resto de las materias primas, así como por el débil crecimiento de la economía mundial y del comercio internacional.

 

Sólo le quedan tres años al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, no hay más tiempo para hacer crecer aún más la montaña de promesas cuyos cimientos fueron edificados sobre las reformas aprobadas en 2013. Al final los mexicanos se quedarán esperando ver reflejadas las reformas en sus mesas, en sus ingresos; pues no se pueden aumentar los ingresos de los hogares sin la creación de empleo, exigidos por una población joven que se está multiplicando vertiginosamente en estos años de “Bono Poblacional”.

 

Aunque todos quisiéramos ver un país próspero, donde todos tuviéramos un empleo e ingresos decorosos, la realidad nacional es otra, otra distinta a la que vive el presidente y sus secretarios, otra distinta a la de los funcionarios del gobierno federal, a la de los diputados, senadores y magistrados de la Corte, cuyos salarios constituyen un insulto para los más de 55.3 millones de pobres y los más de 34 millones de hombres y mujeres que no tienen empleo o trabajan en la economía informal.

 

La economía nacional está concluyendo 2015 no sólo lejos de las tasas de crecimiento de más de 5% prometidas, sino sometida a las presiones de la desconfianza de los inversionistas, pese a lo que diga el presidente y su gabinete económico sobre la confianza de éstos y la entrada de inversión extranjera al país. Las presiones se expresan en la salida de divisas de México, en la depreciación diaria del peso y la venta de divisas del Banco de México para mantener una paridad del peso respecto al dólar a modo, por debajo de los 16.40 pesos por dólar con los que se elaboró el presupuesto 2016.

 

Contradictoriamente, todas la reformas aprobadas en 2013 se hicieron bajo la lógica de liberar completamente la economía al mercado, en particular el mercado energético, pero el Banco de México y el gobierno se resisten a dejar flotar libremente al peso, éste se encuentra sobrevaluado desde la puesta en marcha de las medidas de ajuste del Fondo Monetario Internacional (FMI) para contener la crisis de los “errores de diciembre” en 1995; desde entonces se defiende una paridad irreal del peso respecto al dólar, en la lógica de una flotación sucia del peso que no se corresponde a la realidad del mercado.

 

Sí algo ha hecho la actual devaluación del peso es llevarlo a su realidad. Precisamente, gracias a ello en septiembre el peso casi pudo cotizarse a su verdadero precio de mercado; en ese mes la sobrevaluación del peso sólo fue de 0.28%, cuando en los últimos años llegó a superar el 26%, reduciendo la competitividad de las exportaciones nacionales, que han sido más caras que las chinas, por ejemplo, en el mercado de los Estados Unidos, el principal para los productos de ambos países.

Lamentablemente, la política monetaria equivocada que sigue el Banco de México, orientada por objetivos de inflación, su venta semana de divisas para defender la paridad del peso frente al dólar, han hecho que la sobrevaluación del peso comience de nuevo a aumentar, mostrando un peso fuerte que no se corresponde a la realidad de la productividad de la economía y restando competitividad a las exportaciones nacionales en una coyuntura clave.

2016 no parece ser un buen año para la economía mundial, pero si las proyecciones se materializan tampoco será bueno para la economía mexicana. Los próximos años serán de elecciones y 2018 será un año clave para el futuro de México, pero no parece haber ahora una alternativa política, y menos económica, clara para los ciudadanos, los cuales se verán enfrentados a la misma oferta política y económica que seguirá postergando su bienestar. Me gustaría ser optimista de cara a 2016, pero el panorama parece ser desalentador y nada claro por ahora.

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