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domingo, junio 29, 2025

Guerra: de la pulsión de muerte al estancamiento del imperio

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LUZ DEL PENSAMIENTO

Casi siempre nos hacemos una pregunta que parece profunda: ¿Es el humano bueno o malo por naturaleza? La pregunta esconde una trampa conceptual; «bueno» y «malo» son conceptos artificiales que chocan en gran medida con la idea de naturaleza. El punto de este quiebre se esconde en lo relativos e intrínsecamente humanos que son los conceptos morales. Cuando un par de lobos se pelean a muerte para decidir quién será el próximo alfa y el ganador elige la piedad sobre su rival, no lo hace desde la voluntad de ser bueno o misericordioso; lo hace porque sus instintos biológicos han puesto un límite a sus pulsiones para no reducir la población de su misma especie. Otro ejemplo similar: cuando una cheeta deja vivir a una cría de antílope para poder comérsela cuando alcance una etapa adulta, no actúa desde la máxima malicia y maquiavelismo, solo se trata de una estrategia, perfeccionada con la evolución, para la optimización de recursos. Los seres humanos son el único animal influenciado por las categorías de bien y mal, categorías que cambian con el tiempo y nos llevan a diferentes lugares. De ese modo, más que un «bueno» o «malo», deberíamos tener en cuenta cuáles son nuestras tendencias y, sobre todo, cómo nos organizamos como sociedad.

El escándalo y rumores sobre una tercera guerra mundial no han dejado de aparecer a lo largo de estas semanas. Los recientes conflictos entre EEUU, Israel e Irán han sido el tema que desate las alarmas por la probabilidad de que los conflictos particulares tomen una escalada global. Por un lado, el inicio del siglo XXI ha sido agitado en diferentes aspectos. La caída del Muro de Berlín cerraba un paradigma que se veía interrumpido solo con eventos locales, como el EZLN, pero llegó a un giro desestabilizador con los ataques terroristas del 11 de septiembre. Más de 20 años después, lo que parecía impensable y considerado de antaño regresaría: la guerra. La histórica ocupación de Palestina, que ahora se manifiesta lentamente en un genocidio de dos años permitido por la comunidad internacional. La guerra entre Rusia y Ucrania lleva casi tres años en los que ha sufrido un desgaste absoluto que agota y reduce el financiamiento que obtiene Ucrania de occidente. Además, se calienta en Asia el conflicto entre Pakistán y la India por el abastecimiento del agua y el terrorismo.

La entrada de USA e Irán al conflicto vivido entre Israel y Palestina ha generado revuelo y preocupación colectiva. El miedo por la escalada nuclear de estos conflictos inunda la angustia de muchas personas alrededor del globo. Por una parte, es curioso, pues se cumple la profecía del filósofo británico Mark Fisher; el fallecido autor mencionaría: «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». La crisis climática, la pandemia y ahora las escaladas bélicas nos permiten ayudarnos de las series de televisión, el cine, la música y los videojuegos para imaginar y «asimilar» las condiciones de vida de un apocalipsis bajo el mismo modo de vida. Desde estos conceptos, Fisher explicaba cómo los medios legitiman ciertas formas de ver la realidad, no solo desde la parte de cómo estos modifican o influyen bajo la visión de ver a ciertos bandos como «buenos» o «malos», también es un proceso que encierra las opciones de vida, desde las más tiernas historias hasta las grandes películas de acción limitan el mundo que vive las alternativas sobre la sociedad. Las películas no solo estigmatizan con terribles villanos medio-orientales y los grandes héroes americanos al estilo de «Rambo». El modo de vida americano también sabe venderse como la única solución o forma de sobrevivir a las contingencias externas, tal como «El día de la independencia» hace ver. Para nadie es una sorpresa que las producciones occidentales tengan propaganda para la promoción de esta misma cultura. Sin embargo, este tipo de eventos no solo usan la tecnología para la viralización en trends, memes, retos y reels, también tienen la posibilidad de sentar «verdades» sobre lo imposible que era mantener situaciones geopolíticas y justificar la necesidad de romper con la diplomacia. Los medios nos adaptan a la guerra, la vuelven algo natural, nos habitúan y aclimatan a convivir con ella y verla como una normalidad y una cuestión inevitable. Deberíamos preguntarnos sobre el porqué de la guerra. En 1932 Albert Einstein y Sigmund Freud discutirían sobre la probabilidad de liberar a la humanidad de ese destino; las conclusiones no son del todo alentadoras, pero son críticas sobre lo que hace falta para darle una visión solidaria al mundo.

En el caso de Freud, se abre a discusión lo personal o no que puede retraer la práctica de la guerra, siendo una parte de las costumbres humanas, tal vez, no como la idea de que el ser humano sea «malo por naturaleza», sino que, en su personalidad, el humano guarda pulsiones agresivas que, bajo determinados fenómenos sociales, se expresan con mayor intensidad. Esta pulsión es la pulsión de muerte, una tendencia autodestructiva para aminorar el sufrimiento y dolor, que en este caso intenta cerrar las tensiones culturales y sociales de manera catastrófica por las angustias que implica sobrevivir en estas dinámicas con la dominación geopolítica. Por parte del brillante físico, la visión clara está sobre las dinámicas sociales, la falta de organizaciones legítimas y activas, la ausencia de aparatos que garanticen los derechos, pero, sobre todo, ve a la guerra como lo inevitable en un sistema obsesionado con la riqueza y acumulación que tarde o temprano se enfrenta al estancamiento.

De ese modo, el libro de estos personajes, «¿Por qué la guerra?», no es solo un ensayo histórico, sino un llamado a pensar el mal, la violencia y la condición humana desde un enfoque no moralista, sino estructural. Freud no da recetas, pero nos obliga a reconocer que la guerra nace tanto fuera como dentro de nosotros, y que la paz no es un estado natural, sino una conquista cultural siempre inestable. Mientras que Einstein recuerda con precisión el problema humanitario, legal y económico desde el cual se puede generar una barrera para la escalada de estos conflictos. La pregunta para muchos aún sigue siendo la misma: ¿deberíamos preocuparnos por una tercera guerra mundial? Hasta ahora las negociaciones entre la Casa Blanca, Israel y el Ayatolá han dado una suspensión general a este conflicto armado; sin embargo, las tensiones siguen ocurriendo bajo la mesa, pero tal vez es en ese caso que deberíamos dejar de preguntarnos por los bandos ganadores y las subtramas ideológicas que nos vienen a la mente cada vez que pensamos con mayor facilidad el fin del mundo a comparación del fin del capitalismo.

Somos seres que se codeterminan con su medio; lo modificamos y este nos modifica. Es necesario empezar a ver soluciones más intrusivas en estos aspectos, en lugar de la adaptación a los horrores internacionales. Lo mejor que podemos llevarnos de estos autores es que, a pesar de lo complicados que resultan los tiempos venideros, de lo cambiantes y tensas que son las resoluciones internacionales, es cierto que nuestra naturaleza no es fría e inamovible, nuestro pasado no es sentencia. Podemos aspirar a un mundo mejor si nos organizamos, podemos brindarle un espacio y un lugar a nuestras propias tendencias menos favorables o impulsivas, en lugar de que tomen los fallos de la hegemonía para expresarse y crecer, tal como se ha hecho con la discriminación, la explotación de diferentes poblaciones y ahora, últimamente, con la guerra. La guerra puede ser parte de nuestra naturaleza solo si así lo queremos, podemos usar otras opciones para tratar la escasez y la expansión si nuestras bases económicas adoptaran medidas internacionales y solidarias. Y, por otro lado, nuestras pulsiones encontrarían mejor alivio que la segregación con mejores espacios para reflexionar, soltarse emocionalmente y generar contacto y producción en comunidad.

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