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viernes, mayo 16, 2025

Error del sistema 

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ESPEJOS DE LA REALIDAD

«El sistema había fallado.

Ella no había pagado para vivir ese día.

Había pagado para seguir viviendo siempre en ese día»

La ventana del pasillo estaba abierta. El aire, como escupitajo de corredor, se dejó venir con tanta fuerza que provocó que la puerta de su cuarto se cerrara de golpe. Siempre pensaba que, si algún día un infortunado no se daba cuenta, el portazo podría quebrarle los dedos al intentar entrar.

Venía corriendo. Detrás de ella, la sombra le tocaba casi los talones. Pero por más que intentaba apresurar el paso, sentía esa misma sensación que da correr sobre la arena: cada esfuerzo parecía inútil. El tiempo no hacía más que alargarse. Hasta que el portazo la despertó.

En su escritorio, la computadora seguía mostrando la hoja de Word a medio empezar: ligas de cabello, un flyer de un paquete de internet que le habían dado cuando fue a comprar un cuarto de queso en el mercado, una crema de manos con aroma a gardenias, una libreta y la agenda del 2021 a medio comenzar. Cada año se prometía que, esta vez sí, intentaría estructurar lo posible de la vida en cierta cantidad de hojas.

  • Ahorita bajo, solo déjenme cambiarme… Vayan poniendo el café.

La conversación era parecida a la de ayer. A la de todos los días. Llevaba cuatro meses desempleada; les prometió que solo estaría unas semanas, incluso se ofreció a dar parte de su indemnización para los gastos, pero ellos no aceptaron.

  • ¿Te has dado cuenta que ya no hay nada que ver en la televisión? —preguntó Elisa, sacudiendo las toallas del tendedero mientras miraba de reojo su cara reflejada en la ventana.
  • Siempre pasa lo mismo… —respondió, sin ganas de pensar en el tema, ajustándose la camiseta. Pero algo no estaba bien.

Había dormido poco. Cuando eso pasaba, el ojo derecho no podía enfocar tan bien. Elisa decía que era de familia; ciertas personas tenían el llamado ojo flojo. Ayudaba ponerse una compresa fría en el ojo dominante. Por eso, cuando bajó a ayudar con el mantel, le pareció que las medidas estaban mal: casi veinte centímetros del mantel caían, y ella recordaba haber mandado hacer uno con las medidas iguales.

  • El mantel… ¿no ves que se ha caído más de lo normal? —dijo Elisa, levantando una ceja.
  • No sé, quizás son mis ojos… —respondió. Pero algo en su interior la hizo detenerse.

Miró el reloj. El día había avanzado más rápido de lo que pensaba.

Miró por la ventana. Afuera, las sombras de la tarde se estiraban, pero algo en ellas no era correcto. Se movían demasiado rápido, demasiado disonantes. Como si el tiempo ya no fluyera de forma ordenada.

Un nuevo portazo la hizo voltear, más fuerte que antes. Era el mismo sonido, pero amplificado. Y no estaba segura si venía de su cuarto o de otra parte. Elisa, que acababa de salir del baño, también lo escuchó. Pero solo miró la puerta como si no fuera importante.

Cuando volvió al escritorio, la pantalla mostraba un mensaje de error. Su computadora nunca se había apagado así. El mensaje era claro:
«ERROR DEL SISTEMA: POR FAVOR REINICIE».

Reiniciar. Esa había sido la lógica de su existencia. Todo lo que hacía, todo lo que pensaba, todo lo que elegía, se reiniciaba de algún modo. El mismo día. El mismo café. La misma rutina.

Pero no podía reiniciar el error.
Algo se había roto.

El portazo sonó de nuevo. Más fuerte. Ya no era la puerta. Era su propia mente chocando contra algo que no podía comprender. El café seguía, la computadora seguía, Elisa seguía, pero algo había cambiado. Y entonces, lo entendió.

Estaba atrapada.

El sistema había fallado.
Ella no había pagado para vivir ese día.
Había pagado para seguir viviendo siempre en ese día.

Y el portazo la despertó.

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