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miércoles, junio 18, 2025

El mundo de allá afuera

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ESPEJOS DE LA REALIDAD

Pareciera que el mundo -ese que nombramos “el de allá afuera”- está en guerra. Ese mundo que sangra en Gaza, que lastima en Ucrania, que bombardea en Irán, que se rompe en mapas que no leemos con atención. Allá, donde las explosiones tienen idioma extranjero y los muertos se cuentan por miles. Ese mundo que parece remoto, incluso cuando lo vemos en vivo.

Pareciera. Porque si miramos con más cuidado, el colapso también ocurre aquí. No con soldados, sino con taxistas, con pasajeros, con automovilistas furiosos. Con cuerpos comunes capaces de atravesar el límite.

En Pachuca, un taxista embiste y mata a otro conductor. Lo hace con furia, con dirección, con intención. No fue un accidente, no fue un impulso ciego. Fue una decisión. Y lo que asusta no es sólo el hecho, sino todo lo que lo rodea: la escena que lo permite, el silencio posterior, la sensación de que no sorprende a nadie.

En la Central de Abasto, las peleas son tan frecuentes que dejaron de ser noticia. En el Tuzo Bus, una riña termina con varios heridos y los pasajeros bajan como si nada. En la calle, un automovilista amenaza de muerte a un chofer de ADO sin que nadie intervenga, sin que nadie siquiera lo grabe. Porque ya ni siquiera vale la pena.

No es que la violencia se haya vuelto normal. Eso ya lo superamos. Lo que pasa es que la violencia ya no responde a ninguna lógica. A ninguna. Ni a la de justicia, ni a la del miedo, ni a la del castigo. No espera consecuencias. No necesita causas. No persigue objetivos. Ya ni lo ilógico alcanza. 

La violencia dejó de ser un síntoma para volverse estructura. No aparece: habita. Está en el tránsito, en las filas, en los mercados, en los cuerpos que caminan tensos, en los ojos que evitan cruzarse. Es una forma de estar. Un modo de existir bajo amenaza.

Y ese es el verdadero quiebre: cuando la violencia ya no escandaliza, pero tampoco se puede explicar. Cuando no hay narrativa que alcance. Cuando ya no podemos decir “por qué”. Cuando no se trata de resolver nada, porque no hay nada que se esté discutiendo, ni disputando. Solo cuerpos reaccionando desde el hastío, desde el abandono, desde una furia sin objeto.

No hay leyes que alcancen. No hay autoridad que contenga. Pero tampoco hay tejido entre nosotrxs. Lo político no funciona, lo emocional está colapsado, y lo cotidiano es cada vez más frágil.

Y entonces lo que sentimos no es sólo miedo.
Es desamparo
Es entender que esta ciudad, Pachuca, o pongan el nombre que le gusten poner, puede romperse sin hacer ruido.
Que la violencia no necesita razones para quedarse.
Y que mientras sigamos llamando “lejos” al desastre, vamos a seguir sin reconocer que ya está aquí.

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