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Hidalgo
miércoles, marzo 19, 2025

Conversaciones inexistentes

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ESPEJOS DE LA REALIDAD

En su libro Poemas de Amor, Alfonsina Storni escribió: «¿Para qué amo, me pregunto, si no es para hacer algo grande, nuevo, desconocido?». Encuentro en tantos textos las respuestas a preguntas que no me había planteado, pero que, inconscientemente, estuvieron ahí. El deseo de encontrar(me) entre letras y textos de autoras y autores, de coincidir con personas que me resultan no solo absolutamente lejanas, sino extrañas, se me hace un asunto de fascinación: un encuentro íntimo, la plática que tengo cuando subrayo un libro y hago anotaciones, como si me contestaran en el siguiente capítulo.

Sylvia Plath, en sus diarios, escribió: “Hace cien años, alguna muchacha estuvo tan viva como yo, y ahora está muerta. Soy el presente, pero sé que yo también pasaré”. Leo para encontrar la salida del laberinto y este no hace más que engrandecerse, doblando las paredes que van formando la apariencia de un hogar. No tiene sentido y, aun así, se habita.

En preparatoria, mantuve una relación con un tal Jaime Sabines; era inevitable pensar que esas palabras fueron hechas para quienes las leen, que nos pertenecen, aunque nunca los hayamos conocido: “¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras me dirás que te amo? Esto es urgente porque la eternidad se nos acaba”. No quiero que me hagan literatura, ese no es el deseo; esto va mucho más allá. Me entiendo y entiendo a través de un espacio eterno, indescifrable, inverosímil. No soy el otro, ni la otra, ni nadie ni nada.

En la rotundidad de sus palabras, Rosario Castellanos me enfrenta a una de las mayores realidades de la existencia: la de saber que todo pasa, que lo que amamos, lo que tocamos, se desintegra. “¿Qué vas a amar? ¿Un cuerpo que se pudre -ese pantano lento en que te ahogas- o un alma que no existe? ¿Qué puedes esperar? El tiempo es continuo y si dices ‘mañana’ mientes, pues dices ‘hoy’”.

Y así, termino con una conversación inexistente entre textos que van en direcciones opuestas. Kafka escribió: “No puedo hacer que me entiendas. No puedo hacer que nadie entienda lo que está sucediendo dentro de mí”. Y Plath, que ya se asomó antes, vuelve con su grito: “¿Puedes entender? Alguien, en algún lugar, ¿puedes entenderme un poco, amarme un poco?”. Ambos reflejan esa insoportable sensación de aislamiento, pero mientras Kafka se hunde en la frustración de saber que lo que ocurre dentro de él es tan vasto, tan complejo, tan imposible de explicar, Plath lleva esa misma carga a un lugar más vulnerable, donde no solo busca comprensión, sino que implora por ella.Y es justo eso lo que me regresa a la literatura. Ese diálogo lleno de silencio que tengo con ellos, con autoras y autores a los que nunca conoceré, pero que, de alguna forma, logro encontrarme. Esa conversación que, aunque no esté de forma física, me desgasta y me alimenta por igual.

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