
Rumbo al panteón
I
Aquella noche la peda había terminado entrada la madrugada y de no haber sido por el desmadre que había en la casa del pelos me hubiera quedado, pero nada más estaban chingue y chingue y chingue. La neta ya presentía que algo mal iba a pasar, esos de la moto habían asaltado en varias partes de la ciudad y esta noche ya los veía de lejos, con su única luz subiendo la calle que yo bajaba.
No recuerdo muy bien pero doña Gertrudis me dio un jalón que me hizo caer de rodillas al piso y ahí me tapó con su chal, desde la sombras me decía con la mano que guardara silencio. Los de la moto por más que buscaron no vieron el bulto que había formado con mi cuerpo, entonces echando maldiciones se fueron, no sé cuánto tiempo más me quedé ahí pero pronto comenzó a clarear el cielo, en un descuido dejé de ver a la vieja y de pronto recordé que hacía más de un año que la habíamos enterrado, esa mañana regresé a casa y me dormí hasta que se me hincharon los ojos, una vez más, esa viejita me había salvado y sin estar aquí.
II
-Buenas noches. Dijo aquella mujer que vestía de color negro con falda que remataba en una fina orilla de encaje blanco.
-Buenas noches. Contestó el hombre, que con paraguas en mano, buscaba refugiarse de la lluvia que caía sin piedad en plena madrugada.
-Oiga, ¿a usted no le dan miedo los muertos? Preguntó la anciana levantando un poco su falda y mostrando que sus pies no tocaban el suelo…
– A mi me daban mucho miedo. Dijo el hombre que cuidadosamente levantó un poco la sombrilla para mostrar el fulgor de unos ojos castigados por el infierno.
-A mí me daba mucho miedo. Repitió. -Pero eso era cuando estaba vivo.
Entonces, ambos siguieron su camino, ya no hubo necesidad de más.
III
Lo peor que puede pasar, es que una vez muerto pienses que estás vivo, porque cuando estás vivo y piensas que estás muerto, todos se empeñan en hacerte ver que estás vivo; pero, cuando estás muerto nadie se empeña en hacerte sentir vivo, esa es la diferencia compadre, vea usted, le digo y le digo salud y usted ni me mira.
IV
En la ciudad no es raro que te encuentres con gente en la calle a cualquier hora de la madrugada, la ciudad no tiene descanso y mucha gente lo sabe, por eso no es raro que cuando un hombre te pregunta la hora, tú, con desconfianza, saques el teléfono celular veas la hora y digas “son las 2:30 señor”, lo raro es que te conteste “ya es la hora” mientras se desvanece como humo y suena una campana dentro del panteón.